Una historia inquietante de 1967 relata el caso de una joven de 22 años que llegó al hospital tras varios días de síntomas inexplicables .
Este tipo de sucesos ha sido estudiado por la ciencia desde hace décadas, especialmente después de que el fisiólogo Walter Cannon explorara en 1942 la relación entre las creencias de las personas y las consecuencias físicas. Aunque inicialmente estos casos se consideraban parte de supersticiones o culturas primitivas, hoy sabemos que la mente humana tiene un poder sorprendente sobre el cuerpo.
Cannon explicó que cuando una persona cree firmemente que está bajo una amenaza mortal, su cuerpo responde como si estuviera en una situación de lucha o huida, liberando hormonas que alteran su metabolismo, su respiración y su ritmo cardíaco. Esta respuesta, normalmente útil para situaciones de peligro, puede resultar mortal si se mantiene de forma crónica o si el miedo está tan arraigado que se convierte en una profecía auto cumplida. Es como un ataque de pánico extremo y prolongado que puede llevar al colapso físico.
Incluso en nuestra sociedad moderna, con avances médicos y científicos, los casos de muerte psicógena siguen ocurriendo, mostrando que la mente humana tiene un impacto mucho más profundo sobre nuestra salud de lo que imaginamos. La creencia en una maldición o en un diagnóstico fatal puede desencadenar un deterioro físico real, en lo que algunos llaman "morirse de miedo". En otras ocasiones, el miedo se mezcla con la desesperanza, llevando a las personas a la inanición o al abandono de su cuidado, lo que también puede resultar fatal.
Este fenómeno nos invita a reflexionar sobre el poder que tienen nuestras creencias y emociones. La próxima vez que algo nos cause terror o estrés, es importante recordar cómo nuestras emociones afectan nuestra salud, tanto mental como física. La mente y el cuerpo están más conectados de lo que pensamos, y en casos extremos, el simple hecho de creer que vamos a morir puede ser suficiente para que lo hagamos.