Marta siempre había tenido claro que Rodrigo era el tipo de persona que nunca podría soportar. Desde el primer día que se conocieron en la universidad, su relación fue un tira y afloja constante .
Rodrigo, por su parte, no entendía cómo Marta podía ser tan seria, tan implacable. Se molestaba por cualquier cosa, siempre le daba una respuesta directa, nunca aceptaba una broma y su mirada decidida le resultaba insoportable. No podía negar que había algo en ella que lo atraía, pero su orgullo no le permitía admitirlo. Prefería seguir con su actitud desafiante, creando más distancia entre ellos.
Los años pasaron, pero su relación de constantes enfrentamientos continuó. Los proyectos en la universidad siempre los obligaban a trabajar juntos, y cada vez parecía que el odio mutuo crecía. Una simple discusión sobre un tema académico se transformaba en una guerra de palabras, hasta que uno de los dos, agotado por la pelea, se marchaba sin hablar más.
Sin embargo, un día todo cambió. Después de la graduación, Marta y Rodrigo se encontraron por casualidad en un evento de trabajo. Estaban en lados opuestos de la sala, como siempre, pero algo era diferente. Los ojos de Rodrigo, que solían brillar con arrogancia, ahora mostraban una vulnerabilidad que Marta no había notado antes. Y ella… ella ya no era la misma persona. Había madurado, se había hecho más flexible, y había aprendido a ver más allá de las máscaras que las personas se ponen.
Rodrigo se acercó con cautela. "No puedo creer que nos volvamos a encontrar después de todo este tiempo", dijo con una sonrisa tímida.
"Lo mismo digo", respondió Marta, sintiendo cómo algo en su pecho se removía al verlo de cerca. La tensión que siempre había existido entre ellos parecía haber desaparecido, reemplazada por una curiosidad silenciosa.
Durante la conversación, ambos se dieron cuenta de que, a pesar de sus diferencias, habían madurado de maneras similares. Rodrigo ya no era el chico que se burlaba de todo y de todos. Marta dejó de ser la chica que respondía con un sarcasmo mordaz ante cada provocación. Habían cambiado, pero algo aún permanecía: la chispa.
Lo que comenzó como una conversación incómoda se convirtió en una charla fluida, casi amigable. Rodrigo le preguntó por su vida después de la universidad, y Marta le respondió, sin ningún tipo de reserva. Y entonces, en un momento inesperado, sus miradas se encontraron, y algo silencioso pasó entre ellos. Ya no había odio, ni competencia. Solo dos personas que, por fin, se veían realmente.
Esa noche, después de varias horas conversando, Rodrigo la miró con una sonrisa sincera y dijo: "No sé cuándo ni cómo, pero parece que finalmente estoy entendiendo lo que había detrás de tu furia. No era odio, era solo miedo."
Marta, con una pequeña risa nerviosa, asintió. "Y tú, Rodrigo, no eras tan insoportable como pensaba. Solo que tenías una manera rara de mostrarlo."
A partir de ese día, algo en sus corazones cambió. Ya no eran enemigos, ni siquiera rivales. El fuego que los había separado comenzó a transformarse en algo diferente. El amor no fue inmediato, pero la amistad, esa que había permanecido oculta bajo capas de orgullo y malentendidos, se fue construyendo poco a poco.
Con el tiempo, Rodrigo y Marta se dieron cuenta de que lo que había comenzado como una animosidad profundamente arraigada, ahora se había convertido en una relación sólida, construida sobre la comprensión y el respeto. Y aunque ninguno de los dos lo esperaba, algo hermoso surgió entre ellos: el amor.
De enemigos a amantes, el camino no fue fácil, pero fue el único que valió la pena recorrer.