El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de un naranja ardiente mientras Eva y Daniel se encontraban frente a frente en la cancha de tenis. No había ni un alma más alrededor, solo el sonido de la raqueta golpeando la pelota y el crujir de las hojas en el viento.
Desde que Eva había llegado a la ciudad hacía unos meses, había oído hablar de él: Daniel, el campeón local, el joven prodigio que había dominado el deporte durante años .
Pero Eva no estaba dispuesta a rendirse. Había sido la mejor jugadora de su antigua ciudad, y su competitividad y habilidad le habían permitido ganar a todos los rivales que se le habían cruzado. No iba a dejar que un arrogante campeón le robara su lugar. Fue así como nació la rivalidad fatal.
“¿Estás lista para perder, Eva?” Daniel sonrió con suficiencia mientras la miraba desde el otro lado de la red, sus ojos azules brillando con desafío.
Eva apretó los dientes, sosteniendo su raqueta con firmeza. “No soy yo la que va a perder, Daniel.”
La primera vez que se enfrentaron, Eva había dado una buena pelea. Pero la arrogancia de Daniel le había costado la victoria. No importaba cuántos puntos ganara, siempre encontraba una forma de hacer que ella se sintiera menos. Con el tiempo, la rivalidad creció. No era solo un simple juego, era una batalla de egos, de orgullo. Cada encuentro entre ellos estaba cargado de tensión, de miradas desafiantes y comentarios mordaces.
Pero lo que ninguno de los dos esperaba era lo que sucedería en ese último partido, bajo la luz del atardecer.
El primer set fue como siempre: una lucha imparable de habilidades y estrategia, pero cuando Daniel comenzó a perder, algo cambió en su actitud. Eva lo notó. Había algo más en sus ojos, algo que no era solo frustración. De repente, la tensión se hizo palpable entre ellos. La rivalidad, que durante tanto tiempo había sido una fuente de orgullo y competencia, comenzó a transformarse en algo más.
Eva ganó el set, y en el segundo, todo parecía desmoronarse. No era solo el deporte lo que importaba ahora. La manera en que sus cuerpos se movían, cómo cada mirada se detenía más tiempo de lo normal, cómo la electricidad en el aire comenzaba a cambiar. La rivalidad se mezclaba con una atracción silenciosa pero arrolladora.
Cuando finalmente el partido terminó, Eva había ganado, pero algo en ella no se sentía como antes. Mientras ella recogía su raqueta, Daniel se acercó, su rostro serio pero con una chispa diferente en sus ojos.
“Te felicito, Eva. Eres más que una rival. Eres… algo más”, dijo él, su voz grave, cargada de una intensidad que Eva nunca había escuchado de él.
Eva lo miró, sorprendida. Había pasado tanto tiempo odiándolo, tanto tiempo viéndolo como una amenaza, que nunca había considerado que pudiera haber algo más entre ellos. Pero allí, bajo la luz del atardecer, con el sudor de la competencia aún en sus frentes, algo había cambiado.
“¿Qué quieres decir con eso?”, preguntó Eva, su voz un susurro que no pudo ocultar la inquietud en su pecho.
Daniel dio un paso hacia ella, y por un momento, todo se detuvo. La distancia entre ellos desapareció. “Quiero decir que, tal vez, todo lo que pensaba que odiaba de ti es lo que más me atrae.”
Eva tragó saliva, incapaz de apartar la mirada de él. El deseo y la confusión la invadieron por completo. La rivalidad que tanto había alimentado había dado paso a algo mucho más complejo, más profundo.
El silencio entre ellos era denso, pero no incómodo. Eva podía sentir el peso de las palabras no dichas, de los sentimientos que habían permanecido ocultos bajo capas de resentimiento. En ese momento, el partido ya no importaba, y la rivalidad fatal que los había consumido durante tanto tiempo se desvaneció, reemplazada por una nueva batalla: la del amor y la atracción.
Sin mediar palabra, Daniel se inclinó ligeramente hacia ella, y en un gesto que no dejó lugar a dudas, la besó. Un beso suave, lleno de la tensión acumulada durante meses, que borró todo rencor y rivalidad. Eva respondió al beso con la misma intensidad, sintiendo que la guerra interna que había librado con él durante tanto tiempo llegaba a su fin.
Ese beso selló lo que ambos sabían en lo más profundo de sus corazones: la rivalidad fatal había muerto, y ahora, entre ellos, comenzaba una historia diferente. Una historia de amor nacida de la competencia, del odio transformado en pasión.