El sonido de las teclas resonaba en el aire, interrumpido solo por el murmullo de las conversaciones lejanas y el ruido de las computadoras en la oficina. Emilia estaba completamente concentrada en su trabajo, como siempre .

Samuel había sido su compañero de trabajo desde que ella empezó en la empresa, pero nunca habían logrado llevarse bien. Ambos competían por el mismo puesto: jefe de operaciones. Samuel era brillante, con una actitud arrogante que la molestaba profundamente, y además, siempre lograba robarle los proyectos más importantes. No importaba lo que Emilia hiciera, él siempre estaba un paso adelante.

Pero, a pesar de la animosidad que compartían, había algo innegable entre ellos. Una tensión invisible que flotaba en el aire siempre que se cruzaban. Un juego de miradas desafiantes, bromas mordaces y sonrisas a regañadientes. Los dos sabían que competían, pero también sabían que algo más se escondía bajo esa superficie áspera.

Esa tarde, la reunión más importante del trimestre estaba a punto de comenzar. Emilia y Samuel fueron convocados para presentar sus propuestas para el nuevo proyecto, el que decidiría quién sería promovido. Mientras Samuel explicaba su visión con esa confianza arrogante que tanto odiaba, Emilia no podía dejar de sentir que había algo más detrás de su comportamiento. En lugar de sentirse molesta, como solía suceder, ahora su corazón latía más rápido al verlo hablar, al verlo tan seguro de sí mismo.

Cuando le tocó a Emilia presentar, las palabras fluyeron con facilidad. Su presentación era sólida, detallada, sin fisuras. Pero en el fondo, algo la inquietaba. Samuel la miraba fijamente, como si evaluara cada palabra que salía de su boca, y, aunque estaba acostumbrada a la competencia, esa mirada era diferente. Era una mirada cargada de algo que no lograba identificar. ¿Respeto? ¿Desprecio? ¿Interés?

La reunión terminó, y, como siempre, Emilia y Samuel fueron los últimos en salir. En el pasillo, la tensión entre ellos era palpable. Emilia se detuvo justo antes de cruzar la puerta y miró a Samuel con una expresión desafiante.

"Creo que esta vez no lo conseguirás", dijo Emilia, intentando mantener la compostura.

Samuel sonrió de forma enigmática, pero en su sonrisa había algo más. "¿De verdad lo crees?"

"Lo sé", respondió ella, casi con seguridad, sin saber por qué.

La conversación quedó suspendida en el aire, y antes de que pudiera dar un paso más, Samuel la alcanzó y la detuvo con una mano en su brazo. Los dos se quedaron ahí, mirándose, el silencio envolviéndolos de manera incómoda.

"Sabes, Emilia, siempre te he admirado más de lo que crees", dijo él en voz baja, sus ojos brillando con una sinceridad inesperada. "Y no solo por tu trabajo."

Emilia no sabía cómo responder. No era la primera vez que Samuel hacía comentarios como ese, pero hoy, algo en su tono le hizo sentir un nudo en el estómago. ¿Qué quería decir con eso? ¿Podía ser que él también sintiera algo por ella?

Antes de que pudiera procesar sus pensamientos, Samuel se acercó más, y, para su sorpresa, sus labios se encontraron en un beso breve pero electrizante. Fue un beso lleno de esa tensión acumulada durante años, un beso que hizo que todo en su mundo se desmoronara por un segundo.

"¿Qué significa esto?" preguntó Emilia, su voz temblorosa, mientras se separaban ligeramente.

"Significa que esta guerra de sentimientos ha terminado", respondió Samuel, su respiración agitada.

Emilia lo miró, sin saber si debía enojarse o rendirse. Por fin, había llegado el momento de enfrentarse a lo que siempre había estado oculto entre ellos. La rivalidad que los había mantenido distantes, la atracción silenciosa que nunca se había confesado.

Ambos sabían que las reglas habían cambiado. La guerra de los sentimientos había sido ganada por ambos, pero a un precio. Ya no serían los mismos después de ese beso.