Esta pregunta, aunque dolorosa, tiene el poder de despojarte de todas las capas que cubren lo esencial. Nos pasamos la vida ocupados, esperando el momento perfecto para decir lo que sentimos, para hacer lo que deseamos, para expresar nuestro amor .
Imagina que este es tu último día con las personas que amas. ¿Qué les dirías? ¿Les pedirías perdón por todo lo que quedó por decir? Tal vez hay palabras que nunca salieron de tu boca, gestos que nunca llegaste a hacer, abrazos que quedaron pendientes. Quizás, al final, lo único que realmente importa es el tiempo compartido, las miradas sinceras, las caricias no dadas. Pero si hoy fuera el último día, ¿tendrás suficiente coraje para romper las barreras que separan tu alma de los demás?
La fragilidad de la vida, esa sensación que nos golpea en los momentos más inesperados, nos recuerda lo frágiles que somos. Si hoy fuera el último día, cada sonrisa, cada mirada, cada palabra, cobraría un significado profundo. Te darías cuenta de que, aunque lo hayas querido hacer mil veces, no es fácil desprenderse del miedo a mostrarte vulnerable. Y sin embargo, en ese instante de conciencia, todo lo que no dijiste se haría aún más presente, como una carga silenciosa.
¿Qué harías si supieras que nunca más tendrás la oportunidad de pedir perdón o de hacerle saber a alguien lo importante que es para ti? Tal vez lo único que nos queda, cuando la vida se hace tan frágil, es vivir el presente con una honestidad desgarradora, sabiendo que lo que no se hizo no puede ser recuperado.
Pero quizás lo más triste de todo es que, cuando entendemos lo que realmente importa, ya es demasiado tarde. Si no muero mañana, viviré como si pudiera, intentando encontrar consuelo en los pequeños momentos, pero con el dolor de saber que el tiempo perdido nunca regresa. La vida es demasiado corta para esperar, pero a menudo, solo lo entendemos cuando el final ya está demasiado cerca.