El rugido de la multitud llenaba el estadio mientras los dos equipos se alineaban para el partido más esperado de la temporada. En un lado, Valeria, la capitana del equipo de fútbol femenino de la Universidad Aragon, se preparaba para enfrentar a su archirrival: el equipo de la Universidad Morelia .
Desde el primer año en la universidad, Valeria y Alejandro se habían convertido en los enemigos más acérrimos en cada competición. Se odiaban con intensidad, tanto dentro como fuera del campo. Cada vez que se enfrentaban, el otro equipo sabía que sería un espectáculo de nervios, arrogancia y pura competitividad. Ambos eran líderes naturales, pero sus egos chocaban en cada jugada, cada estrategia, cada paso que daban.
“Hoy, Valeria, tu equipo no tiene nada que hacer”, dijo Alejandro mientras se acercaba a ella antes del partido, su sonrisa desafiante reflejando su confianza. Ella, sin mostrar signos de intimidación, le respondió con un tono igualmente mordaz.
“Será un placer demostrarte lo contrario, Alejandro.”
El pitido inicial resonó y el partido comenzó. La tensión en el aire era palpable. Valeria y Alejandro se movían de un lado a otro con una furia imparable, cada uno haciendo todo lo posible por dejar al otro fuera de juego. Sus miradas no dejaban de cruzarse, cada vez con más intensidad, hasta que, en el minuto final, con el marcador empatado, llegó la jugada decisiva.
Con un pase preciso, Valeria logró adelantarse, pero Alejandro, con un movimiento increíble, logró interceptar la pelota justo antes de que llegara a su destino. Con una última jugada audaz, el balón terminó en la red de su equipo, asegurando la victoria para Morelia. La multitud estalló en vítores, pero Valeria no pudo evitar sentir la frustración quemando su interior. Su equipo había perdido, y la victoria de Alejandro no hacía más que alimentar su rencor.
“Te felicito, Valeria, pero hoy fui el mejor”, dijo Alejandro, acercándose a ella mientras su equipo celebraba. Valeria no respondió de inmediato, pero su mirada le dijo todo: Esto no se ha terminado.
Esa noche, el evento de la victoria de Morelia se celebraba en un club cercano. Valeria, aún furiosa por la derrota, decidió ir al evento para enfrentarse a Alejandro, para demostrarle que el odio entre ellos era más que una simple rivalidad en el campo.
Cuando Valeria llegó al club, lo primero que vio fue a Alejandro, rodeado de sus compañeros, disfrutando de su victoria. Caminó directo hacia él, con la intención de lanzarle un comentario mordaz, pero algo en su mirada le detuvo. Había algo diferente en la forma en que Alejandro la miraba ahora, algo que no había visto antes. Sin una palabra, ambos se retiraron hacia un rincón más privado del club, donde las luces eran tenues y la música era solo un murmullo distante.
“¿Qué pasa, Alejandro?”, dijo Valeria con una sonrisa despectiva, pero al mismo tiempo, algo en su tono era diferente, como si estuviera esperando algo más.
"Lo que pasa, Valeria, es que me has estado provocando todo el partido, todo el año. Y ahora… ahora, estoy harto de luchar contra ti. Ya no quiero más rivalidad. Quiero algo diferente", murmuró, acercándose a ella.
Valeria, sorprendida, no supo qué responder. El deseo que emanaba de él era palpable, como si todo ese odio acumulado en el campo hubiera desencadenado algo mucho más intenso. Sin pensarlo demasiado, se acercó también, y, en un movimiento inesperado, sus labios se encontraron.
Lo que comenzó como una rivalidad acérrima, una batalla sin cuartel, terminó convirtiéndose en algo mucho más apasionado y fugaz. Sus cuerpos se entrelazaron en una mezcla de furia, deseo y admiración mutua. La pasión que habían reprimido durante tanto tiempo estalló en una noche que ninguno de los dos podría olvidar.
La rivalidad, por una vez, había dado paso a algo mucho más complejo. En la cama, lejos de las gradas y el campo de juego, Valeria y Alejandro encontraron una especie de tregua en su guerra interna. Y aunque sabían que la batalla en el campo continuaría, esa noche cambió todo: de rivales, pasaron a ser algo mucho más complicado, algo que ni ellos mismos podían entender aún.
Pero lo que estaba claro era que, en la cama, los enemigos se habían transformado en amantes. Y la guerra, por fin, se había ganado de una manera completamente inesperada.