En un reino oculto entre montañas cubiertas de niebla, donde el sol solo iluminaba unas horas al día, vivía la princesa Isolde. Su reino, Ardanor, estaba protegido por una magia ancestral que mantenía a los habitantes a salvo de los peligros externos .
Isolde siempre había sentido una conexión con la oscuridad, algo que la diferenciaba de sus padres, los benevolentes monarcas. Cuando era niña, se le contaba sobre las "Sombras Eternas", una misteriosa fuerza que se deslizaba entre los rincones del palacio, invisible y poderosa, manteniendo el equilibrio entre la luz y la oscuridad. No fue hasta su décimo octavo cumpleaños cuando Isolde descubrió la verdad.
Una noche, mientras paseaba por los jardines del palacio, vio una figura alta y encapuchada entre los árboles. Sus ojos, rojos como la sangre, la miraban fijamente. Era un hombre, pero no un hombre común. Su presencia emanaba una energía oscura, y en su pecho brillaba un emblema de sombras, un símbolo que la princesa reconoció de los antiguos relatos de su familia.
“Soy Kael, el Guardián de Sombras,” dijo con voz profunda, casi como si su aliento estuviera impregnado de oscuridad. "He estado observándote desde que naciste, princesa. Hay una fuerza en ti, algo antiguo y poderoso, que solo el Guardián de Sombras puede proteger."
Isolde, aunque asustada, no pudo apartar la mirada. La magia en ella era indiscutible. A lo largo de su vida, había sentido una extraña atracción hacia la oscuridad, pero había sido rechazada por su gente, que solo valoraba la luz.
“¿Por qué me has estado observando?” preguntó Isolde, con la curiosidad dominando su miedo.
Kael se acercó lentamente, su sombra alargada como si tuviera vida propia. “Porque eres la heredera de un poder que ha estado dormido durante generaciones. Tu linaje no solo desciende de la luz, sino también de las sombras. El reino de Ardanor está en peligro, y tú eres la clave para salvarlo… o destruirlo.”
Isolde frunció el ceño. ¿Destruir su propio reino? No podía ser cierto. ¿Cómo podía ella, una princesa destinada a gobernar con sabiduría, tener algo que ver con la oscuridad?
“Dime lo que tengo que hacer,” dijo, temblando de incertidumbre.
Kael, con una mirada solemne, respondió: “Primero, debes aprender a controlar tu magia. El dominio de las sombras no es fácil; es un equilibrio entre luz y oscuridad. Solo cuando logres comprender ambas fuerzas podrás restaurar el equilibrio que está a punto de quebrarse.”
Durante semanas, Isolde entrenó con Kael en secreto, aprendiendo a canalizar las sombras, a hacerlas suyas. Cada lección la acercaba más a la verdad de su linaje, y, poco a poco, comenzó a comprender que no se trataba de elegir entre luz u oscuridad, sino de aceptar ambas fuerzas dentro de ella.
Pero el reino ya estaba en peligro. Una fuerza oscura, que había estado atrapada en las profundidades de Ardanor, estaba despertando. Los demonios de las sombras se levantaban de sus prisiones subterráneas, amenazando con consumir todo a su paso.
La última prueba de Isolde fue enfrentarse al líder de los demonios, una criatura tan antigua como el propio reino, el Ser de la Niebla. En el corazón de la oscuridad, Isolde y Kael se enfrentaron a la criatura en una batalla épica. La princesa, ahora en control total de las sombras, usó su poder para luchar contra el Ser de la Niebla, mientras Kael luchaba a su lado, protegiéndola de los ataques invisibles.
En el momento decisivo, Isolde entendió que la única manera de sellar la oscuridad era abrazarla por completo. Usó su magia para fusionarse con la sombra, creando una barrera de energía oscura que atrapó al Ser de la Niebla para siempre. Pero el precio de usar tanta magia fue alto: Isolde se desvaneció en la oscuridad, dejando atrás un vacío en el corazón de Ardanor.
Kael, como Guardián de Sombras, fue el encargado de velar por el reino, protegiendo a la princesa que había sacrificado su luz para salvar su hogar. A partir de entonces, la leyenda de la Princesa y el Guardián de Sombras fue contada a lo largo de generaciones. Se decía que mientras la sombra de Isolde existiera, el reino de Ardanor estaría a salvo.
Y así, la princesa se convirtió en una figura mitológica, una guía entre las sombras, mientras Kael seguía protegiendo el equilibrio que ella había restaurado, recordando siempre que la luz y la oscuridad no son enemigos, sino dos fuerzas que deben coexistir para mantener la paz.