Un país que logró lo imposible: levantarse de las cenizas tras una guerra devastadora y convertirse en una potencia tecnológica, cultural y económica en pocas décadas. Un lugar donde el K-pop conquista el mundo, los esports llenan estadios, y gigantes como Samsung y Hyundai dominan mercados globales .
¿Cómo puede un lugar lleno de logros e innovación ser, al mismo tiempo, uno de los más tristes del planeta? La respuesta no es sencilla, pero sí urgente.
Corea carga con el peso de una historia dolorosa: ocupación, guerra, división. El llamado "milagro económico coreano" trajo riqueza y desarrollo, pero dejó cicatrices profundas en su sociedad. La presión por ser perfecto comienza desde la infancia, cuando los niños enfrentan jornadas extenuantes de estudio y competencia, mientras los adultos se ven atrapados en interminables horas de trabajo y jerarquías rígidas.
El precio del éxito en Corea no es solo económico; es emocional. La cultura exige perfección en cada aspecto: desde el físico hasta el profesional. La obsesión por las apariencias y el materialismo han llevado a muchos a buscar consuelo en cirugías plásticas y productos de lujo, pero el vacío persiste.
Lo más alarmante es el estigma hacia la salud mental. Pocos se atreven a buscar ayuda, temiendo ser vistos como débiles. Pero, poco a poco, una nueva generación está empezando a cambiar las cosas. Hablan abiertamente sobre la importancia del bienestar, cuestionan las expectativas sociales y buscan equilibrio entre éxito y felicidad.