Soltar. Qué palabra tan sencilla y a la vez tan complicada de vivir .Soltar no es solo abrir las manos, es abrir el corazón, dejar ir lo que ya no cabe, lo que pesa más de lo que suma. Pero, ¿cómo soltar aquello que creíamos que sería eterno?
Soltar es un acto de valentía, porque significa aceptar que no siempre podemos controlar lo que se queda o lo que se va. Nos aferramos a personas, momentos y sueños como si eso pudiera detener el paso del tiempo, como si agarrarlos con fuerza garantizara que no se irán. Pero la verdad es que, cuanto más apretamos, más daño nos hacemos.
Hay cosas que ya no tienen espacio en nuestra vida, aunque sigamos aferrados a ellas. Relaciones que perdieron su magia, proyectos que dejaron de emocionarnos, versiones de nosotros mismos que ya no somos. Soltar no significa renunciar o fracasar, significa entender que todo tiene su ciclo, que hay momentos que solo estaban destinados a ser capítulos, no libros enteros.
Pero nadie nos enseña a soltar. Aprendemos a acumular, a guardar, a resistir. Y soltar es lo opuesto: es confiar en que lo que se va deja espacio para algo nuevo. Es permitir que la vida fluya, aunque duela.
No es fácil. Soltar duele. Duele porque implica despedirse, cerrar puertas, mirar hacia adelante sin certezas. Pero también es liberador. Es un acto de amor propio, una declaración al universo de que merecemos caminar más ligeros.
Hoy, pregúntate: ¿qué cargas llevas que ya no son tuyas? ¿Qué estás sosteniendo que solo te quita fuerza? Puede ser una idea, una relación, un miedo. Suéltalo. No de golpe, no con prisa, sino con amor. Porque en el arte de soltar, encontramos el espacio para ser libres.
Soltar es empezar de nuevo. Y tú mereces cada nuevo comienzo que la vida tiene para ofrecerte.