Hay palabras que se quedan atrapadas en la garganta. Frases que quisimos decir pero que por miedo, orgullo o simple distracción, nunca salieron .
A veces pienso en las palabras no dichas como cartas sin dirección, flotando en algún rincón del universo. Palabras que tal vez llegaron tarde o nunca encontraron a su destinatario. Un "te quiero" que murió en un suspiro. Un "perdóname" que nunca rompió el silencio. Un "me haces falta" que nos quemó por dentro, pero que dejamos ahí, en el olvido.
¿Por qué callamos tanto? Tal vez porque hablar nos hace vulnerables y ser vulnerables nos asusta. Es más fácil guardar las emociones en un cajón que mostrarlas al mundo. Pero al final el silencio pesa más que las palabras.
Me pregunto qué sería de nosotros si nos atreviéramos a decirlo todo. Si en lugar de suponer, preguntaramos. Si en lugar de esperar, actuáramos. Si en lugar de temer el rechazo, abrazáramos la posibilidad de ser escuchados.
La vida es demasiado corta para acumular conversaciones pendientes. No sabemos cuántas oportunidades más tendremos para decir lo que sentimos. Y aunque a veces parece que el tiempo es infinito, la verdad es que no lo es.
Así que si tienes algo que decir, dilo. Llámalo a él o a ella, escribe esa carta, envía ese mensaje. Tal vez no salga como esperas, pero al menos sabrás que lo intentaste. Porque las palabras no dichas pueden convertirse en un eco que nos persigue toda la vida.
No dejes que las conversaciones que nunca tuviste te llenen de remordimientos. Habla ahora mientras puedas porque el silencio no siempre es la mejor respuesta. Y quién sabe, tal vez esas palabras cambien más de lo que imaginas.