Hay algo extraño en los recuerdos: son como canciones que nunca olvidamos. Algunas veces llegan de improviso, como un acorde lejano que escuchamos en un día cualquiera y otras los buscamos intencionalmente, como quien desempolva un viejo disco favorito.
Los recuerdos tienen una forma curiosa de moldearse con el tiempo .Lo que en su momento dolió, ahora parece más suave, como si el paso de los años fuera un filtro que convierte los gritos en susurros. Y lo que parecía insignificante de pronto se vuelve un tesoro. Un olor, una risa, el color de un atardecer que que creías olvidado.
A veces me pregunto si somos más nuestros recuerdos que nuestras acciones. Porque lo que llevamos dentro, lo que revivimos en silencio, es lo que realmente nos define. Los recuerdos nos construyen, nos dan raíces, pero también pueden ser cadenas. Nos aferramos a lo que fue, como si temiésemos soltarlo y quedarnos vacíos.
Pero ¿y si en lugar de temerlos, los abrazamos? Cada recuerdo incluso los que duelen tiene algo que enseñarnos. Son piezas de un rompecabezas que tal vez nunca completamos pero que nos invita a seguir buscando.
La vida al final es un constante ir y venir entre lo que fue y lo que será. Y en medio de ese vaivén, están los recuerdos, como notas que componen la melodía única de nuestra existencia. No importa si a veces desafinan o si una parte de la canción quedó inconclusa. Lo que importa es que al escucharlos nos recuerdan que estamos vivos, que hemos sentido, que hemos amado.
Así que hoy mientras la vida sigue su curso, tómate un momento para escuchar esa melodía. Cierra los ojos. Recuerda. Sonríe, llora, pero no olvides agradecer. Porque cada nota, cada instante, te ha llevado a ser quien eres ahora. Y eso por sí solo ya es una canción digna de ser celebrada.