CÓMO LA VIDA MISMA.

¡YA SE LO MOCHÓ, APÁ!

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Don Rafailo contemplaba de arriba abajo a la novia de su hijo. Estaba bonitilla, grandota, pechugona, piernuda, pero había un no sabía qué, que no le cuadraba .

Como que se le hacía cara conocida, pero no sabía de dónde.

—Le presento a mi novia, apá. —dijo muy orgulloso su joven hijo.

Don Rafailo le tendió la mano para saludarla, pero la muchacha se agachó y muy efusiva le plantó tremendo y sonoro beso en un cachete, luego lo abrazó con tanta emoción que el viejo sintió que le sacó el aire de sus pulmones. Estaba fuerte la chamaca.

—¿Cómo se llama tu novia, mijo?

—Ay, pregúnteme a mí, no sea tímido.

La voz de la chica era gruesa. “Ronquita y grandota, como Lucha Villa”, pensó don Rafailo.

—Me llamo Rosenda Anguiano, don Rafailo.

—Ah, pues mucho gusto. Anguiano, como mi compadre Eluterio. Aquí en el pueblo hay una familia de Anguianos, a la nada eres pariente de ellos.

—Pues sí, Eluterio es mi papá.

—¿Cómo? ¿Cómo? Mi compadre solo tiene una hija y se llama Alicia. ¿No me digas que mi compadre anduvo de carajo y tuvo familia por fuera?

—Ay, no, don Rafailo. Yo soy hija de Eluterio y Carmela.

—¿Cómo? Si yo conozco bien a la familia de mi compadre Eluterio. Solo tiene una hija y tres hijos. Mira, Eleazar, Rosendo y Martimiano, así que…así que…que…

Rafailo miró de fijo a su nuera y parpadeó varias veces. Carraspeó y se puso pálido. Ahí se dió cuenta de la razón por la que se le hacía cara conocida.

—Bueno, don Rafailo, pues mi papá ahora ya tiene dos hijas, Alicia y yo.

—¿Tú fuiste el que se fue para la capital a estudiar para cocinero?

—Ay, qué falta de respeto. Sí, yo fui ¡La! No ¡Él!… que se fue a estudiar a la capital para estudiar cocina. Uf, es horrible que no sepan distinguir a una dama.

Don Rafailo se rascó la cabeza. Miró a su hijo que, muy enamorado abrazaba a Rosenda. Tenía que decirle algo, pero no se atrevió delante de la muchacha, por fortuna ella misma le dió la oportunidad.

—Mi amor —Expresó con su voz ronca y melosa—, quiero pasar al baño.

—Vamos a mi cuarto, ahí tengo mi baño.

Don Rafailo los siguió, en cuanto miró que la muchacha entró al baño llamó a su hijo.

—Ven pa´ acá, Agripino.

—¿Qué pasó, apá?

—Oye, zonzo, ¿ya te diste cuenta que tu novia es hombre?

—No, apá, es mujer.

—¡Qué mujer ni que nada! ¡Yo lo conozco desde chiquillo! ¡Es hombre!

—No, apá. Es mujer. Antes si era hombre, pero ya no. Es que ya se la mochó.

—¿Se mochó qué?

Fue Rosenda quien abriendo la puerta del baño le contestó:

—Me moché eso que me sobraba para ser mujer. Me molesta tanto que duden de mi género. Soy mujer y me voy a casar con su hijo porque nos amamos. Y con permiso, si se sale del cuarto se lo agradezco. Agripino y yo tenemos cositas que hacer.

Con un leve empujoncito sacó al suegro del cuarto. Antes de cerrar la puerta Rosenda agregó:

—Soy tan mujer como cualquier mujer, espero que le quede claro.

Se cerró la puerta. Don Rafailo solo se rascó la cabeza y murmuró una frase un par de veces.

—Pos sabe…pos sabe.

COMO LA VIDA MISMA