El caballo y el gato perdido.
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Era una noche fría en la granja del viejo Don Esteban. La luna llena brillaba sobre los campos silenciosos, pero esa tranquilidad estaba a punto de romperse .
El Gato de la granja, conocido por su curiosidad infinita y su amor por la aventura, no había regresado desde hacía días. Nadie sabía a dónde se había ido. La Granja estaba inquieta.
El Caballo, un animal noble y siempre dispuesto a ayudar, observaba desde su establo cómo los otros animales comentaban la ausencia del Gato.
—Ese Gato siempre se mete en problemas —dijo una de las gallinas—. No es la primera vez que desaparece.
—Pero esta vez algo es diferente —respondió el Pato con preocupación—. No ha dejado ninguna pista, y el invierno está cerca. Si no vuelve pronto, podría ser demasiado tarde.
El Caballo, siempre preocupado por el bienestar de los demás, decidió que no podía quedarse de brazos cruzados. Aunque sus patas fuertes y su gran tamaño lo hacían perfecto para el trabajo en la granja, no era conocido por su rapidez o sigilo en la búsqueda. Pero eso no lo detendría.
—Yo lo buscaré —dijo el Caballo, con determinación—. No podemos dejar que esté solo por ahí con este frío.
Así comenzó su búsqueda, cabalgando bajo la luz de la luna, guiado únicamente por su instinto y la preocupación por su amigo. Caminaba por la pradera, y las hojas secas crujían bajo sus cascos, el viento susurraba entre los árboles, haciendo que cada sombra pareciera más amenazante de lo que realmente era.
El tiempo pasaba, y no había señales del Gato. El Caballo se aventuró más allá de los límites de la granja, adentrándose en el bosque cercano. El bosque estaba oscuro, y los remolinos de hojas secas que el viento levantaba parecían murmurar secretos antiguos. La bruma que se formaba entre los árboles apenas le permitía ver a unos metros de distancia. A pesar de todo, el Caballo continuó, pero cada paso que daba aumentaba su incertidumbre.
De repente, un movimiento rápido entre los arbustos llamó su atención. ¿Sería el Gato? Se detuvo, atento, pero lo que apareció ante él no era su amigo. Unos ojos brillantes lo observaban desde las sombras. Era un zorro, acechando en la oscuridad.
—¿Qué haces aquí, Caballo? —preguntó el Zorro con una sonrisa astuta—. Este no es lugar para un animal tan grande como tú.
—Estoy buscando a mi amigo, el Gato —respondió el Caballo, sin perder la compostura—. ¿Lo has visto?
El Zorro rió, con una mezcla de burla y misterio en su voz.
—El Gato es muy escurridizo. Quizá no quiera ser encontrado —dijo, antes de desaparecer entre los árboles con un destello.
El Caballo, preocupado, siguió adelante, pero las palabras del Zorro se quedaron grabadas en su mente. ¿Y si el Gato no quería regresar? ¿Y si se había perdido intencionalmente? La duda lo atormentaba, pero el Caballo no podía abandonar su misión.
Horas después, cuando la noche parecía más oscura que nunca, el Caballo llegó a un claro en medio del bosque. Allí, bajo un árbol solitario, vio una pequeña figura encogida: ¡era el Gato!
—¡Gato! —gritó el Caballo, lleno de alivio, trotando hacia él.
El Gato lo miró con ojos cansados. No parecía sorprendido de verlo, pero sí abatido.
—Sabía que vendrías —dijo el Gato en voz baja, su tono lleno de melancolía.
—¿Por qué te has escondido aquí? Todos en la granja están preocupados —preguntó el Caballo, agachándose para estar a su nivel.
El Gato suspiró, sus ojos verdes reflejaban la luz de la luna.
—Me perdí... pero no solo del camino. Me sentí perdido dentro de mí mismo. Siempre he sido libre, vagando por donde me place, pero últimamente, esa libertad me ha hecho sentir vacío. No sabía cómo regresar… no sabía si quería regresar.
El Caballo lo escuchó en silencio. Comprendió que la pérdida del Gato no era solo física, sino emocional. Había algo más profundo que lo mantenía lejos de la granja.
—A veces, perderse es parte del camino para encontrarse —dijo el Caballo con suavidad—. Pero no tienes que hacerlo solo. Tus amigos en la granja te extrañan, y yo estoy aquí para ayudarte a regresar. Nadie puede cargar con todo el peso de la vida solo, y está bien necesitar tiempo para ti mismo, pero recuerda que siempre habrá un lugar donde eres querido.
El Gato, con los ojos llenos de gratitud, asintió lentamente.
—Tal vez no sabía cómo pedir ayuda. Gracias por venir a buscarme, Caballo. Tienes razón… No quiero estar solo.
El Caballo sonrió y, juntos, emprendieron el camino de regreso a la granja. Aunque las sombras y el viento seguían soplando a su alrededor, el Gato ya no se sentía perdido. Había encontrado en su amigo algo más valioso que la libertad: la comprensión y el apoyo de alguien dispuesto a buscarlo, incluso en sus momentos más oscuros.
**Moraleja:** A veces, en nuestro afán de ser libres, podemos perdernos incluso a nosotros mismos. Pero siempre habrá quienes nos ayuden a encontrar el camino de regreso, si aprendemos a aceptar su mano.

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