Perderse es una palabra que asusta. Nos enseñaron desde pequeños a evitarlo: perder el camino, perder el tiempo, perder el control .

Perderse no siempre significa desorientación; a veces es la única forma de encontrarse. Porque en ese espacio incierto donde no hay señales ni rutas marcadas se abre la posibilidad de descubrir algo nuevo. Algo que no buscabas, pero que tal vez necesitabas.

La vida en su rutina diaria nos amarra a certezas. A lo conocido, a lo seguro. Pero ¿cuántas veces esas certezas se convierten en jaulas? Perderse rompe esas cadenas. Te enfrenta a la duda, al miedo, al vacío, pero también te regala libertad.

Quizá pierdas el rumbo pero encuentres una pasión. Quizá pierdas a alguien, pero halles a quien realmente eres. Quizá pierdas el control, pero ganes la capacidad de fluir con lo que venga.

Hay belleza en perderse porque no hay expectativas. Nadie te dice qué camino tomar ni qué pasos son correctos. Eres tú y el mundo improvisando juntos. Y en esa danza imperfecta surge algo real, algo que no habrías encontrado si hubieras seguido siempre el camino trazado.

Así que no temas perderte. No te preocupes si no sabes a dónde vas o si las cosas no salen como esperabas. A veces el caos es necesario para crear algo nuevo. Y quién sabe tal vez en el acto de perderte encuentres la mejor versión de ti mismo.

La próxima vez que la vida te sacuda, que te deje sin un norte claro, respira. Camina sin prisa. Observa. Aprende. Perderse también es parte del viaje y no hay destino que valga sin las historias que acumulamos en el camino.