Ya se acercan los 90. Pero no esos maravillosos 90 en los que los mozuelos bailaban a ritmo de dance en las discotecas y los bakalas se empolvaban la nariz en la Ruta del Bakalao, no esos 90 .Me refiero a los 90 de los que nacimos en 1927, los 90 que indican que se acerca el fin de lo que ha sido y está siendo una muy buena vida.

Sobrevivimos a la II República, a la Guerra Civil y a los bruscos cambios sociales con la llegada de las nuevas tecnologías. Pero nuestra mayor batalla está siendo ponernos delante de los jovenzuelos en las cabalgatas de Reyes y ocupar los bancos a la sombra en las calurosas tardes de verano.

Nuestro bastón es nuestro mayor apoyo y nuestra más sanguinaria arma, con la que nos abrimos paso entre la ignorante multitud, que vaga por la vida deseando ser alguien sin ni siquiera haber doblao el lomo en la obra o habiendo visto una. Ni siquiera los obreros de hoy en día saben construir, ¡Nosotros no teníamos pausa pal bocadillo ni pa mear, blandengues!

Si querías echar un truño, te esperabas a llegar a casa después de 11 horas o lo echabas desde el andamio cual pajarillo, sin importar quién había debajo. ¡Anda que no me habrá ido veces a ver mis hijos y mi mujer, y se han tenido que duchar al volver! Pero así eran las cosas antaño.

Al final, los que nos dejamos la espalda para construir los cimientos de la sociedad actual no solo quedamos olvidados y abandonados en hogares del jubilado y residencias para la tercera edad, sino que se mancilla nuestra obra con juventudes de estética post-moderna, móviles más inteligentes que sus dueños, barbas sin pasar la treintena ni ser leñador y tobillos al aire con vaqueros remangados. ¿Ande vamos a parar?

Se acercan los 90, y nos damos cuenta de que con el paso del tiempo hemos ido desapareciendo sin que nadie se de cuenta, y jamás se la darán hasta que desaparezcamos para siempre.