A veces, el alma se siente como un cielo gris, donde el sol parece olvidado. La ansiedad llega como una tormenta inesperada, arrancando la calma, mientras la depresión susurra en la penumbra, apagando el brillo de los días .Ambas son sombras que se cuelan sin aviso, pesadas e insistentes, dibujando un mundo que parece imposible de atravesar.
En esas sombras, sin embargo, hay un aprendizaje silencioso. Cada lágrima contiene la valentía de haber sentido, cada noche oscura lleva consigo el eco de un corazón que sigue latiendo. La ansiedad, aunque aterradora, nos enseña a escuchar con atención, a detenernos y reconocer que algo dentro de nosotros pide auxilio. La depresión, con su peso abrumador, a veces nos obliga a encontrar belleza en lo más pequeño: una flor que se abre, un abrazo cálido, una palabra amable.
Este camino no es fácil, lo sabemos. Pero en medio de las sombras siempre hay una chispa, un hilo de luz que, aunque tenue, guía. Puede ser un amigo, una canción, o incluso el simple hecho de despertar otro día. Cada paso hacia adelante, aunque pequeño, es un triunfo; cada respiro profundo, una promesa de que podemos encontrar la salida.
Las sombras no definen quiénes somos, aunque nos acompañen. Enfrentarlas no significa ignorarlas, sino reconocerlas y aprender a caminar con ellas, hasta que, poco a poco, su fuerza mengüe. Porque incluso en el rincón más oscuro del alma, la luz nunca deja de buscar un lugar donde brillar.
Recuerda: las sombras solo existen porque, en algún lugar, todavía hay luz.