En un pequeño pueblo olvidado por el tiempo, la niebla se cernía sobre las calles desiertas. Los habitantes habían desaparecido, dejando atrás solo ecos de risas y susurros .La noche había caído, y con ella, una amenaza que nadie podría haber imaginado.

Clara, una joven aventurera, había llegado al pueblo en busca de historias para contar. Al principio, todo parecía tranquilo. Sin embargo, al caer la tarde, comenzó a escuchar ruidos extraños: gemidos lejanos que parecían provenir de las sombras. Ignorando su instinto, decidió explorar más a fondo.

Mientras caminaba por la plaza central, se dio cuenta de que las puertas de las casas estaban entreabiertas, como si invitaran a entrar. Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero su curiosidad la empujó hacia una de las casas. Al cruzar el umbral, se encontró con un salón cubierto de polvo y telarañas. En una esquina, una vieja radio emitía estática, como si intentara comunicar algo.

De repente, un grito desgarrador rompió el silencio. Clara salió corriendo hacia la puerta, pero un grupo de figuras tambaleantes apareció ante ella. Eran los habitantes del pueblo, pero ya no eran humanos. Sus ojos vacíos y piel descompuesta revelaban la verdad: eran zombis.

Clara retrocedió, buscando refugio en la casa. Cerró la puerta con fuerza y buscó algo para barricarse. Mientras lo hacía, recordó las historias que había escuchado sobre un refugio seguro en el bosque cercano, donde algunos sobrevivientes se habían refugiado. Pero para llegar allí, tendría que atravesar el pueblo lleno de muertos vivientes.

Con el corazón latiendo desbocado, Clara decidió arriesgarse. Esperó a que los zombis se dispersaran y salió por la puerta trasera. La niebla envolvía todo a su alrededor mientras corría entre las sombras, evitando los gemidos y los movimientos torpes de los muertos.

Cada paso era un desafío, y el miedo la empujaba hacia adelante. Finalmente, llegó al borde del bosque y se adentró en él, sintiendo que la oscuridad la abrazaba. Sin embargo, el sonido de pasos detrás de ella la hizo detenerse en seco. Un grupo de zombis había seguido su rastro.

Clara corrió con todas sus fuerzas, pero el bosque parecía interminable. Justo cuando pensaba que no podría escapar, vio una luz tenue a lo lejos. Era el refugio. Se lanzó hacia él, sintiendo la esperanza renacer en su interior.

Al llegar a la puerta, se dio cuenta de que estaba cerrada. Golpeó con desesperación mientras los zombis se acercaban cada vez más. Finalmente, una mano apareció a través de la rendija y abrió la puerta. Una figura oscura la recibió con mirada preocupada.

—¿Estás bien? —preguntó el extraño.

Clara asintió, pero antes de que pudiera explicarse, los zombis comenzaron a golpear la puerta con fuerza. La figura oscura miró a Clara y luego a los muertos vivientes.

—No hay tiempo —dijo—. ¡Rápido!

Ambos se adentraron en el refugio justo cuando la puerta cedió ante el empuje de los zombis. Clara se giró para ver cómo los muertos entraban en el lugar donde había buscado protección.

La luz del refugio se apagó abruptamente y un silencio sepulcral llenó el aire. Clara comprendió que no había escapatoria. En ese momento, supo que el pueblo no era solo un lugar olvidado; era una trampa mortal.

Y así, en la oscuridad del refugio, el eco de los gemidos se convirtió en un canto aterrador que resonaría por siempre en el corazón del pueblo perdido.