Un misterioso lugar
Hace 2 días
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En un pequeño pueblo rodeado de densos bosques, se erguía una antigua mansión que había estado abandonada durante décadas. Los lugareños la llamaban La Casa de los Susurros, pues se decía que, al caer la noche, se podían escuchar lamentos y murmullos que provenían de su interior .
Nadie se atrevía a acercarse, excepto un joven llamado Tomás, quien siempre había sentido una extraña curiosidad por lo desconocido.

Una noche, impulsado por la adrenalina y el deseo de desentrañar los misterios de la mansión, Tomás decidió entrar. Armado solo con una linterna y su valentía, cruzó el umbral de la puerta chirriante. El aire era frío y denso, como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lugar. Las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas, y el olor a humedad llenaba cada rincón.

A medida que avanzaba, los susurros comenzaron a hacerse más claros. Ayuda... ayúdanos..., parecían decir. Tomás sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero su curiosidad lo empujó a seguir adelante. En el salón principal, encontró un viejo retrato de una familia que había vivido allí hace muchos años. Sus rostros estaban distorsionados, como si el tiempo los hubiera castigado.

De repente, la linterna parpadeó y se apagó. En la oscuridad, los susurros se convirtieron en gritos desgarradores. Tomás intentó encenderla nuevamente, pero fue en vano. En ese momento, una figura etérea apareció ante él: era una mujer con un vestido blanco desgastado, su rostro pálido y triste. ¿Por qué has venido?, preguntó con voz temblorosa. Estamos atrapados aquí, condenados a revivir nuestro sufrimiento.

Tomás, paralizado por el miedo, intentó retroceder, pero las sombras comenzaron a rodearlo. No podemos descansar en paz, continuó la mujer. Necesitamos que alguien escuche nuestra historia. Sin poder resistirse, Tomás se sentó en el suelo mientras la mujer le contaba sobre la tragedia que había ocurrido en la mansión: un incendio provocado por un rayo que había cobrado la vida de toda su familia.

Con cada palabra, el ambiente se tornaba más pesado y opresivo. Tomás sintió cómo el aire se volvía irrespirable. La mujer terminó su relato con un lamento desgarrador y desapareció en un torbellino de sombras. En ese instante, los susurros se transformaron en gritos de agonía.

Desesperado, Tomás corrió hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe. ¡No te vayas!, clamaban las voces. ¡Necesitamos tu ayuda!. Con el corazón latiendo con fuerza, recordó las leyendas del pueblo: si alguien escuchaba la historia de los muertos y no les ayudaba a encontrar la paz, quedaría atrapado con ellos para siempre.

Tomás cerró los ojos y gritó: ¡Lo haré! ¡Prometo contar su historia!. Al pronunciar esas palabras, la presión en el aire se disipó y la puerta se abrió lentamente. Sin mirar atrás, salió corriendo de la mansión.

Desde esa noche, Tomás se convirtió en el narrador del pueblo, contando la historia de la Casa de los Susurros y su trágica familia. Pero cada vez que relataba su historia, sentía una fría brisa recorrer su piel y un susurro en su oído: Gracias.... Y aunque nunca volvió a ver a la mujer, sabía que ella y su familia finalmente habían encontrado la paz que tanto anhelaban. Sin embargo, en lo profundo de su ser, Tomás comprendió que mientras hubiera alguien dispuesto a escuchar, los ecos del pasado jamás desaparecerían del todo.
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