El amor propio es la base de todas las relaciones saludables, tanto con uno mismo como con los demás. Cuando una persona se quiere y respeta a sí misma, establece un estándar para cómo espera ser tratada en sus interacciones externas .
Las relaciones externas, ya sean familiares, amistosas o románticas, se ven profundamente influenciadas por el nivel de amor propio que tenemos. Si una persona tiene una relación sólida con ella misma, es menos probable que tolere comportamientos tóxicos o que se vea arrastrada a relaciones que no le suman. De hecho, cuando el amor propio es fuerte, las relaciones externas tienden a ser más equilibradas y satisfactorias, ya que no se busca en los demás lo que no se ha aprendido a ofrecerse uno mismo.
Por otro lado, la falta de amor propio puede llevar a una dependencia emocional, en la que las personas buscan constantemente aprobación externa, lo que puede resultar en relaciones desbalanceadas. En estas situaciones, el deseo de complacer a los demás o de obtener su afecto puede eclipsar las propias necesidades, lo que afecta negativamente tanto la autoestima como las interacciones con los demás.
Cultivar el amor propio implica dedicar tiempo a la autocomprensión, practicar el autocuidado y aprender a establecer límites saludables. De esta manera, se crea un espacio para relaciones más auténticas, basadas en el respeto mutuo y la confianza, en lugar de en la necesidad de llenar vacíos emocionales. El amor propio no solo fortalece a la persona, sino que también influye positivamente en las dinámicas interpersonales, convirtiéndolas en un reflejo de la armonía interna.