Crónicas Terrícolas (XLV)
Hace 5 días
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- Capítulo 37 -


Cuando escribes una historia de ficción, uno pone en boca de los personajes que inventa, todo lo que se le ocurre para dar rienda suelta a su imaginación, y se sumerge en un mundo de fantasía, en el que se puede permitir el lujo de transformar la realidad según el capricho y la creatividad del momento.


El escritor cuando inventa, puede inspirarse en personajes reales y hechos verdaderos, pero dándole siempre (como mínimo, haciendo el intento) rienda suelta a su capacidad para cambiarlo y mezclarlo todo (nombres, hechos, fechas, situaciones, lugares...), pudiendo crear algo que tan solo está en su cabeza, únicamente hace falta llevarlo al papel. 


En definitiva, quien escribe, puede sentir esa sensación de libertad que le permite sacarse de la manga otros mundos paralelos a los auténticos, para ponerse a salvo de la cruda realidad, que en muchas ocasiones puede llegar a ser asfixiante, aunque a veces, como es el caso de lo que aquí se cuenta, no hay ficción que valga, y todo lo que se dice está basado en el desarrollo de la existencia diaria del autor. Aunque, como toda opinión personal, lo expuesto siempre está supeditado a un criterio muy particular de quien escribe, aunque uno, siempre trate de seguir en todo momento el camino de la objetividad, aunque eso no signifique que se tomen caminos equivocados, algo que en definitiva se hace todos los días, tomando decisiones para encaminar nuestros pasos en la dirección adecuada, que no siempre es la elegida.


Lo que sí resulta evidente, es el hecho de que uno libremente, se permite expresar sus opiniones ejerciendo su derecho a decir lo que piensa sin ofender a nadie, ya que la libertad de expresión, también tiene sus límites, y acompañado en todo momento, de esos dos amigos inseparables, inspiradores y fieles, que se llaman soledad y silencio, que sin duda, aportan claridad a las ideas, para buscar salidas más o menos satisfactorias que permitan en cierta medida, mitigar la insatisfacción vital permanente, que nos embarga a los seres humanos, excepto a los que ya están resignados, a los conformistas y a los cobardes.


Estos últimos mencionados y algunos más, que han dejado su supervivencia en manos de eso que se conoce como el destino, pensando erróneamente, que todo está ya establecido de antemano, y que un individuo puede hacer poco para cambiarlo, cuando la realidad de la vida diaria, es que siempre, los que tienen más posibilidades de seguir respirando y salir adelante en este planeta llamado Tierra en el que vivimos, son aquellos que no se rinden nunca, que no bajan la guardia, que no se paran, que se levantan cuando caen (y casi siempre, sin ayuda de nadie), es decir, todos aquellos que son conocidos como Supervivientes.


Y a todo lo que ya hemos indicado hasta el momento (insistimos en ello, igual que en el primer título de la Trilogía) que hay que añadir a todo lo dicho, el sentido del humor, ese aderezo imprescindible que toda buena ensalada existencial necesita para darle a la mezcla el equilibrio necesario y conseguir que la filosofía del buen estado de ánimo prevalezca siempre por encima de la adversidad.


La risa es un tónico, un alivio, un respiro que permite apaciguar el dolor.


(Charles Chaplin)


Continuará…


Fran Laviada

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