Un adios sin palabras.
Hace 3 días
Tiempo de lectura aprox. :
4 min.
0 votos

Un adios sin palabras.


 


  En la penumbra vacilante de una habitación que antaño había sido testigo del calor de un amor palpitante, allí nos encontrábamos. La semipenumbra del cuarto era tenuemente iluminada por la luz titilante de las velas temblorosas, cuyas sombras dibujaban arabescos sobre las paredes, envueltas en una suavidad casi palpable que, sin embargo, no aliviaba la densidad del momento que se espesaba entre nosotros.


  Ella .

En sus ojos, un océano de emociones no dichas, reveladoras en la vastedad silente entre un parpadeo y otro, como las hojas impasibles al viento ululante allá afuera. Su rostro, dulce escenario de días auspiciosos, ahora enmascaraba lo inevitable, el inenarrable fin, el epílogo de capítulos donde ya se había ido la esperanza de un 'para siempre'.


  En un abrazo final, la sentía próxima como nunca y, paradójicamente, distante como siempre. El espejo frente a nosotros reflejaba más que nuestras formas lánguidas; pintaba el cuadro de lo que fuimos y ya no podíamos ser. En la fría superficie plateada, nuestras almas se entrelazaban, incluso cuando nuestro destino nos traicionaba. Como Narciso y Eco, estábamos condenados a mirar, pero no a permanecer.


  Y así, un beso. Un último desafío a los tiempos que nos separaban, ese contacto suavísimo entre labios se entrelazó en promesas que nunca cobrarían forma. Incontables bendiciones y maldiciones cruzaban en silencio entre nuestras bocas, traduciéndose en un adiós tácito, en un desenlace pintado con los matices del dolor y del deseo inconfesado.


  En la quietud sepulcral de la madrugada a punto de ser quebrada por las primeras luces del día, el frío cortante del invierno se infiltraba. Este llenaba los espacios que antes estaban sellados por sonrisas y risas y sueños conspiradores. Caminé hasta la ventana, observando las sombras inclinarse en la calle desierta. La mañana infiel despuntaba en breve, como si por capricho, celebrando la separación que nos rehusábamos a aceptar plenamente.


  Por un instante, atrapado en una inercia casi abismal, deseé haber sido diferente, haber tenido valor – esa musa ilusiva – de declarar, de decirle a ella verdades que quedaron imbricadas en las entrelíneas del vivir: palabras no dichas, abrazos no dados, eso que ahora nos desviaba de lo que podría haber sido. Pero el destino, cruel dramaturgo, susurraba las direcciones contrarias que nos correspondían tomar.


  Sombras de dudas y los fantasmas de comportamientos pasados nos acechaban; nos susurraban desde las esquinas del destrato y la incertidumbre, componiendo la obra en la que pasos fueron dados en falso, en compás con melodías de desconfianzas no deshechas.


  Con el amanecer escabulléndose por la ciudad adormecida, anunciando dolorosamente el epílogo de aquel último acto, ambos sabíamos que no había necesidad de prolongar el dolor. Entrelazamos nuestros destinos testarudos en una despedida muda: "Que tengas un buen día". Palabras tan ordinarias en ocasiones cotidianas, ahora cargaban el peso abrumador del fin no declarado, un adiós artero velado bajo frase sutil.


  No quedaba más allá de ese instante frío de invierno; cómplices en un crimen nuestro, pero sin culpa atribuida, nos sumimos en la soledad aromatizada de recuerdos antaño nutritivos.


  Terminó. El mito del vínculo eterno se derrumbó en un solo momento de comienzos y finales – una imprevisible aurora de sol aparentemente indiferente– ella se fue, dejándome anclado en sombras lánguidas de lo que ya fue. En el postrer celebraremos una vida donde fantasmas de la memoria siempre estarán presentes, no claros como el día, también ellos nos susurrarán su adiós.


  Por: Patrick Vieira


.

266 visitas
Valora la calidad de esta publicación
0 votos

Por favor, entra o regístrate para responder a esta publicación.

Publicaciones relacionadas
Adimvi es mejor en su app para Android e IOS.