¿Alguna vez has lanzado una piedra a un lago y observado cómo se forman ondas que se expanden sin detenerse? Así funcionan las pequeñas acciones: parecen insignificantes, pero su impacto puede llegar mucho más lejos de lo que imaginas.
Un día, una niña plantó una semilla en un jardín abandonado. Solo una .
Esa semilla creció, y con el tiempo, el jardín se llenó de flores. Ahora es un refugio para aves, abejas y personas que buscan un momento de paz.
Un hombre, camino al trabajo, decidió dar los buenos días con una sonrisa a un desconocido. Ese gesto simple cambió el ánimo de esa persona, quien, más tarde, decidió ayudar a alguien que lo necesitaba. Esa ayuda encadenó otro acto de bondad, y así siguió, como un efecto dominó que nunca se detuvo.
El mundo no cambia de la noche a la mañana, pero cambia con cada pequeño acto de amor, de bondad, de conciencia. Apagar una luz que no usas, recoger un papel del suelo, abrazar a alguien que lo necesita. Esas son las semillas que plantamos cada día, sin darnos cuenta de que pueden florecer en algo maravilloso.
Recuerda esto: no necesitas cambiar el mundo entero de una vez, solo cambia tu pequeño rincón, y deja que las ondas hagan el resto.