Hay silencios que gritan más fuerte que cualquier palabra. Se quedan suspendidos en el aire, como ecos que nunca llegaron a completarse .Son esas frases que quisimos decir pero no encontramos el valor, las que se quedaron atrapadas entre el orgullo y el miedo, las que cargamos como un peso invisible pero insoportable.
A veces pienso en todas las palabras que nunca dije. En los "te quiero" que se ahogaron en mi garganta, en los "perdóname" que no llegaron a tiempo, en los "quédate" que no pronuncié por temor al rechazo. Cada una de esas palabras no dichas construyó un muro entre lo que soy y lo que pude haber sido.
El tiempo no espera. Es cruel en su manera de recordarnos que lo no dicho rara vez encuentra otra oportunidad. Pero ¿por qué nos cuesta tanto hablar? Tal vez es porque las palabras tienen un peso que no siempre estamos listos para cargar. Decir lo que sentimos nos hace vulnerables nos expone y eso da miedo.
Sin embargo, guardar las palabras también tiene un precio. Nos llenamos de "qué hubiera pasado si…" y de preguntas sin respuesta. Nos convertimos en prisioneros de nuestros propios silencios mientras las oportunidades se desvanecen como el humo.
Hoy quiero invitarte a decir lo que necesitas decir. Aunque tiemble tu voz, aunque duela, aunque no sepas cómo será recibido. Hablar no siempre sana pero callar siempre hiere. Tal vez no encuentres las palabras perfectas pero no importa. Lo importante es intentarlo porque las palabras no tienen que ser perfectas para ser sinceras.
Y si ya es tarde, si las palabras que querías decir no tienen un destinatario que las reciba dítelas a ti mismo. Perdónate por lo que no pudiste decir en su momento. Reconcíliate con tu propio silencio y usa ese aprendizaje para no callarte de nuevo.
Al final las palabras no dichas son como hojas que caen de un árbol. No podemos devolverlas a su lugar pero podemos aprender a escribir nuevas historias con las que están por venir. Hoy es un buen día para empezar.
