El amor propio tiene un impacto profundo y directo en nuestras relaciones con los demás. Cuando nos sentimos seguros de quiénes somos y nos valoramos, podemos ofrecer lo mejor de nosotros mismos a los demás, sin depender de su aprobación o afecto para sentirnos completos .

Al tener una base sólida de autoestima, es más fácil reconocer nuestras emociones y manejar los conflictos de manera constructiva. Las personas que practican el amor propio suelen ser más empáticas, ya que entienden sus propias emociones y, por lo tanto, pueden entender mejor las de los demás. Esto crea relaciones más equilibradas y menos codependientes.

Por otro lado, cuando carecemos de amor propio, tendemos a buscar validación constante, lo que puede generar inseguridad o relaciones desequilibradas. Es fácil caer en la trampa de pensar que necesitamos la aprobación o el afecto de los demás para sentirnos valiosos, lo que puede llevarnos a aceptar comportamientos que no respetan nuestros límites o valores.

El amor propio también nos ayuda a reconocer lo que merecemos en una relación. Nos da la claridad necesaria para alejarnos de personas o situaciones que no nos aportan bienestar, y, en cambio, nos permite atraer a quienes realmente están alineados con nuestras necesidades y valores. Es un proceso continuo de aceptación, sanación y crecimiento que no solo fortalece nuestra relación con nosotros mismos, sino también con los demás.

Al final, las relaciones más saludables y satisfactorias son aquellas en las que ambas personas se aman y se respetan a sí mismas, permitiendo que el amor y la conexión florezcan de una manera genuina.