En el rincón del alma, donde el sol despierta, la alegría danza con su luz eterna. Es un susurro suave que acaricia el viento, un canto de risas, un puro sentimiento.
Surge como un río que fluye sin cesar, en cada corazón que se atreve a soñar. Es la chispa brillante de un nuevo amanecer, la promesa vibrante de lo que puede ser.
Cuando el día se pinta de colores brillantes, y las nubes se disipan en cielos radiantes, la alegría se asoma con su risa sincera, como un niño jugando en la primavera.
Es el abrazo cálido de un amigo querido, la mirada que brilla con amor compartido. Un instante fugaz que se queda grabado, un latido profundo que nunca ha callado.
La alegría no entiende de muros ni fronteras, habita en los gestos, en las pequeñas maneras. En el aroma del café por la mañana, en el murmullo suave de una brisa temprana.
Es un baile ligero en la orilla del mar, un eco lejano que nos invita a amar. Es la risa contagiosa que hace el tiempo volar, la canción en el aire que nos hace vibrar.
Así que abramos los brazos y dejemos entrar, a la alegría radiante que nos viene a abrazar. Porque en cada momento, en cada latido, la alegría es un regalo, un tesoro vivido.