Cuando entré al salón de la universidad ese día, mis ojos la encontraron de inmediato. Isabella estaba sentada al fondo, con su cabello oscuro cayendo en cascadas perfectas sobre su chaqueta de cuero negra .
Pero también supe, en ese mismo instante, que no era para mí.
Era algo en su forma de ser: segura, extrovertida, rodeada siempre de amigos. Yo, en cambio, era la chica tranquila que prefería las esquinas y los libros. Y, claro, estaba el hecho de que no sabía si siquiera le gustaban las chicas.
Sin embargo, las semanas pasaron, y mi admiración por ella solo creció. Cada vez que reía, iluminaba el salón. Cada vez que hablaba, su voz me envolvía como una melodía que no podía sacarme de la cabeza. Me encantaba en secreto, construyendo fantasías imposibles en mi mente.
Todo cambió el día de la fiesta de fin de semestre. No era el tipo de persona que asistía a eventos ruidosos, pero mis amigos insistieron en que debía ir. Y allí estaba Isabella, en el centro de la pista, bailando como si el mundo entero la estuviera mirando.
La música retumbaba en mi pecho mientras me apoyaba en la pared, tratando de pasar desapercibida. Pero entonces ocurrió algo inesperado: Isabella caminó directamente hacia mí.
—¡Hola! Eres... ¿Sofía, cierto? —dijo con una sonrisa que me dejó sin aliento.
Asentí, sintiendo que mi rostro se encendía.
—Te he visto en clase. Siempre estás tan callada. ¿No te gusta bailar?
Antes de que pudiera responder, tomó mi mano y me llevó a la pista. Mi corazón latía con fuerza, dividido entre el miedo y el éxtasis de estar tan cerca de ella. Sus manos eran cálidas, y el aroma de su perfume me envolvía.
A medida que bailábamos, mis nervios comenzaron a relajarse. Por un momento, me dejé llevar, sintiendo una conexión que no había experimentado antes. Pero entonces, Isabella se inclinó y dijo algo que me hizo congelarme.
—Eres increíble, Sofía. ¿Sabes? Me recuerdas mucho a mi hermana menor.
Mi corazón cayó como una roca. "Hermana menor". Esa simple frase confirmó lo que siempre había temido: para ella, solo era una chica más, alguien a quien tal vez podría proteger o cuidar, pero nunca amar.
Cuando la noche terminó, me despedí de ella con una sonrisa forzada y me alejé, sintiendo una mezcla de tristeza y alivio. La primera vez que la vi, supe que no era para mí, y esa noche solo lo confirmó. Pero a pesar del dolor, había algo que no podía negar: Isabella había encendido algo en mí, algo que me recordaba que estaba viva y que era capaz de sentir con intensidad.
Y aunque nunca sería mía, siempre la recordaría con cariño, como la chispa que iluminó un rincón de mi vida, aunque fuera por un breve momento.