Pensar en el futuro siempre me ha generado una mezcla de emociones: curiosidad, emoción, pero también incertidumbre. Es extraño, porque aunque sé que no puedo controlarlo todo, siento la necesidad de planificar, como si eso me diera una especie de escudo contra lo inesperado.
Para prepararme para lo desconocido, he aprendido que no se trata solo de acumular planes, sino de desarrollar la capacidad de adaptarme .
Parte de mi preparación también está en cuidar mis bases. No sé qué desafíos enfrentaré, pero quiero estar listo, tanto física como mentalmente. Me esfuerzo por mantener mi salud, fortalecer mis relaciones y aprender algo nuevo cada día. Siento que, mientras más herramientas tenga, más fácil será construir algo con lo que venga, incluso si no era lo que esperaba.
Otra clave para enfrentar lo desconocido es no tenerle miedo al cambio. Me he dado cuenta de que muchas veces me aferro a lo conocido por comodidad, pero eso me puede limitar. Cuando he dado el salto a lo incierto, he descubierto oportunidades que ni siquiera imaginaba. El futuro no siempre llega con respuestas claras; a veces, toca inventarlas sobre la marcha.
Y aunque planear es importante, también trato de no obsesionarme con controlar cada detalle. Hay una belleza en no saberlo todo, en dejar espacio para la sorpresa. Creo que el secreto está en encontrar un equilibrio: confiar en lo que soy y lo que puedo hacer, pero también soltar el miedo y aceptar que lo desconocido forma parte del viaje.
Prepararme para el futuro no es solo anticipar lo que podría salir mal, sino aprender a esperar lo mejor, incluso de lo incierto. Porque, al final, lo que realmente importa no es tanto lo que viene, sino cómo elijo enfrentarlo.