La conexión con la naturaleza siempre ha sido algo que me brinda paz. Hay algo casi mágico en alejarse del ruido de la ciudad, de las pantallas y las preocupaciones, para sumergirse en el silencio de un bosque, el murmullo de un río o el susurro del viento entre los árboles .
Cuando estoy en contacto con ella, siento que mi mente se aclara y mis problemas disminuyen. Caminar descalzo sobre la tierra o la arena me hace sentir más conectado conmigo mismo y con el mundo. Es como si el ritmo acelerado al que suelo vivir se ajustara a uno más natural, más humano. Incluso una breve salida al parque o un día soleado en el jardín tienen el poder de mejorar mi ánimo.
También creo que la naturaleza me enseña mucho. Por ejemplo, los árboles me recuerdan la importancia de la paciencia: algunos tardan años en crecer, pero lo hacen con fuerza y firmeza. El cielo, con sus nubes que siempre cambian, me recuerda que todo en la vida es pasajero. Y el mar, con su inmensidad, me hace sentir humilde, pero también lleno de posibilidades.
Cuando me desconecto de la naturaleza por demasiado tiempo, lo noto. Me siento más estresado, como si algo en mi interior estuviera desajustado. Por eso, intento buscar momentos para reconectar, aunque sea simplemente mirando las estrellas desde mi ventana. La naturaleza no solo afecta mi bienestar, creo que me devuelve una parte de mí mismo que a veces pierdo en la rutina diaria.