Era una noche tormentosa en la ciudad de Valeria. Las luces de los faroles parpadeaban con cada trueno, y la lluvia caía con una intensidad que lavaba las calles desiertas .Elena corría bajo su paraguas roto, luchando contra el viento que intentaba arrebatárselo. Tenía que llegar a la estación antes de la medianoche; era su última oportunidad de escapar de algo que nunca confesaba en voz alta.
Al doblar una esquina, un destello de luz la cegó momentáneamente. Un coche negro derrapó en el pavimento mojado y se detuvo a pocos metros de ella. El corazón de Elena latió con fuerza, pero no por el susto. Algo en ese momento, en la escena surrealista de la noche, le hizo sentir que estaba siendo arrastrada hacia un destino ineludible.
La puerta del conductor se abrió, y de ella salió un hombre empapado por la lluvia. Su rostro estaba parcialmente cubierto por la sombra de su capucha, pero sus ojos brillaban intensamente incluso en la penumbra. "¿Estás bien?" preguntó con una voz profunda y preocupada.
Elena asintió sin poder articular palabras. Algo en él le resultaba familiar, pero no lograba identificar qué. Entonces, el hombre miró hacia los extremos de la calle, como si buscara algo o a alguien. "No deberías estar aquí", dijo con urgencia.
Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, otro coche apareció al final de la calle, avanzando lentamente. Las luces de sus faros cortaban la lluvia como cuchillas. El desconocido tomó la mano de Elena con firmeza, y la electricidad del contacto recorrió todo su cuerpo. "Confía en mí", dijo, y aunque todo en su mente le gritaba que no lo hiciera, su corazón ya había tomado la decisión.
Corrieron juntos por las calles empapadas, girando en callejones oscuros y esquivando sombras que parecían alargarse para atraparlos. Finalmente, se refugiaron en un viejo edificio abandonado. El hombre cerró la puerta tras ellos y la atrancó con una barra de metal.
"¿Quiénes son? ¿Qué quieren de ti?", preguntó Elena, jadeando.
El desconocido se quitó la capucha, revelando un rostro marcado por cicatrices y una belleza cruda, casi peligrosa. "No de mí. Quieren algo que tú tienes."
Elena retrocedió un paso, confusa. "¿Yo? No entiendo..."
Él sacó un pequeño colgante de su bolsillo y se lo mostró. Era una pieza de cristal tallado con intrincados diseños, que reflejaba la luz como si contuviera estrellas. "Esto pertenece a tu familia, ¿verdad? Lo encontré hace semanas, y desde entonces no he dejado de ser perseguido. Pero ahora entiendo que no me estaban buscando a mí. Eran ellos. Estaban buscando a ti."
Elena reconoció el colgante al instante. Era el mismo que su madre había perdido cuando ella era niña, el mismo que había visto en fotos antiguas y que siempre había creído que se había perdido para siempre. Pero, ¿por qué alguien lo querría tanto como para perseguirlos?
Antes de que pudiera preguntar, un fuerte golpe resonó en la puerta. Los habían encontrado. El hombre se acercó a ella, y sus ojos volvieron a encontrarse. En ese instante, Elena supo que sus caminos estaban entrelazados de una manera que desafiaba toda lógica. "Saldremos de esta", le dijo, con una convicción que hizo que todo su miedo desapareciera.
Y así comenzó su historia, una donde el amor nació en el caos y floreció en la oscuridad, desafiando peligros y secretos que estaban aún por descubrir.