La noche cae como un telón negro sobre un escenario vacío. En el eco del silencio me descubro desgarrando las cuerdas que otros ataron a mi piel .Nadie las ve pero pesan como el plomo; son promesas rotas, expectativas ajenas, sueños que nunca me pertenecieron. El mundo me señala y me dice: “Este es tu lugar” pero mi alma indómita se rebela. No nací para encajar. No nací para someterme.
Las cadenas no siempre son de hierro. A veces se disfrazan de amor, de obligaciones, de palabras dulces que esconden veneno. “Sé buena”, “no levantes la voz”, “calla y sonríe.” Pero ¿acaso soy un títere? Un reflejo complaciente de lo que otros quieren ver. No. Me niego a ser una sombra. Prefiero ser tormenta.
Cada cicatriz que llevo es un mapa. Mis heridas no duelen, arden. Me recuerdan que la libertad nunca se entrega sin luchar. Se arranca con las uñas, con la furia de quien ha vivido en silencio demasiado tiempo. No me pidas que me doblegue porque de mis ruinas nacen raíces. Soy esa flor que crece entre el concreto, la que desafía al mundo con su sola existencia.
Ser libre no es un regalo. Es un acto de guerra. Es enfrentarse a uno mismo, mirarse al espejo y decidir arrancarse la máscara que con tanto cuidado nos pusieron. La libertad no viene sin dolor. Es el grito ahogado que por fin encuentra su voz. Es un salto al vacío sabiendo que el suelo puede no estar ahí para sostenerte.
Y aquí estoy desnuda ante el mundo, con mis cicatrices brillando bajo la luz de la luna. No hay jaula capaz de contenerme porque mi espíritu no entiende de límites. Si la libertad me cuesta todo estoy dispuesta a pagarlo. Prefiero la soledad de ser quien soy a la comodidad de convertirme en lo que esperan de mí.
Que tiemble el mundo porque he decidido existir sin permiso.