La familia donde naces es la base de tu vida, el lugar donde aprendes y creces. Por años, lo más importante, obedeciendo a los padres, peleando con los hermanos, escuchando las historias y disfrutando los mimos de los abuelos.
Así fue la vida por mucho tiempo y es hermoso sentirse amado, tener una fuente de apoyo, de energía inagotable que te recarga cuando las circunstancias externas te bajan los ánimos.
Está bien y es bendecida la infancia rodeada de aquellos que te guían y sobretodas las cosas, te cuidan y te aman.
Pero el tiempo pasa y no se detiene, continuas creciendo y necesitas como cualquier ser biológico reproducirte .
Entonces, entramos en la etapa donde la familia crece a la fuerza porque ya no quieres ir a la cena familiar sino va tu novio/a, ya no quieres ir de vacaciones si él/ella no está. Si existe conflicto a veces escogemos estar con esa persona y así, creyendo que meremos todo y sin pensar siquiera en que en algún momento no estarán, haces uso de tu autoridad y no los valoras.
Sin embargo, todo lo que sube tiene que bajar y cuando decides casarte ya estas adquiriendo otro rol, comienzas a formar otra familia, la tuya, y no por eso dejas de amar a la anterior solo que cambian las prioridades.
La madurez se apodera de ti y comprendes cuan afortunado/a eres de la familia que te tocó. Solo agradeces, comprometido con crear algo similar, una familia como la tuya, con una base sólida para crear en comprensión, crecer fuerte y sin miedos, aprender a tropezar e incluso a caer, pero sobre todo, una base sólida donde siempre encontrar un amor sin medidas.