Entre 2013 y 2016, los smartphones estaban en su mejor momento. Esos años fueron una mezcla perfecta de innovación, diseño y funcionalidad .
Los teléfonos de esa época tenían algo especial. Modelos como el iPhone 5S, el Galaxy S6 Edge o el Moto G destacaban por ser bonitos, cómodos y, sobre todo, prácticos. Todavía no había exageraciones con el tamaño de las pantallas o las cámaras, pero todo lo que ofrecían era útil y emocionante. Por ejemplo, cuando salió la pantalla curva del S6 Edge, realmente se sentía como algo nuevo.
También fue una época en la que el hardware daba saltos importantes. Las cámaras empezaban a ser lo suficientemente buenas como para reemplazar una cámara compacta, los procesadores eran más rápidos y eficientes, y la batería, aunque no perfecta, aguantaba bien el ritmo. Lo mejor es que había opciones para todos. Un teléfono como el OnePlus One ofrecía un rendimiento brutal sin costar una fortuna, y modelos como el Moto G hicieron que cualquiera pudiera tener una experiencia de gama media sin romper el bolsillo.
El software también estaba en su mejor momento. Android era súper personalizable y divertido, perfecto para trastear, mientras que iOS tenía esa estabilidad que lo hacía confiable. Y las apps... ahí fue cuando Instagram, WhatsApp y otras plataformas explotaron en popularidad y se volvieron esenciales para la vida diaria. Probar una ROM nueva no era solo cambiar la interfaz, sino descubrir funciones que realmente marcaban la diferencia.
Lo que hace tan especial a esos años es que todo avanzaba de manera significativa. Cada nuevo modelo venía con algo realmente novedoso, no como ahora, que muchos cambios se sienten más como trucos de marketing. Para mí, esa mezcla de emoción y libertad para experimentar es lo que define esa época.
Han pasado años, y aunque los smartphones son más avanzados, ya no se siente lo mismo. Tal vez porque en esos años todo parecía fresco y nuevo, y porque, para alguien como yo, siempre había algo emocionante que hacerle al teléfono.