Todos me piden que dé saltos, que tonifique y que futbole, que corra, que nade y que vuele. Muy bien. Todos me aconsejan reposo, todos me destinan doctores, mirándome de cierta manera. Qué pasa? Todos me aconsejan que viaje, que entre y que salga, que no viaje, que me muera y que no me muera. No importa. Todos ven las dificultades de mis vísceras sorprendidas por radioterribles retratos. No estoy de acuerdo. Todos pican mi poesía con invencibles tenedores buscando, sin duda, una mosca, Tengo miedo. Tengo miedo de todo el mundo, del agua fría, de la muerte. Soy como todos los mortales, inaplazable. Por eso en estos cortos días no voy a tomarlos en cuenta, voy a abrirme y voy a encerrarme con mi más pérfido enemigo, Pablo Neruda.
El miedo es la sombra que se desliza en la penumbra de nuestra mente, un susurro que nos recuerda nuestra vulnerabilidad. Es el eco de tiempos antiguos, cuando el peligro acechaba en cada esquina, y la supervivencia dependía de nuestra capacidad para sentirlo y reaccionar.
Es la angustia que nos paraliza ante lo desconocido, el recelo que nos impide dar un paso hacia adelante .
Nos aferramos a lo conocido, a lo seguro, temiendo que el cambio traiga consigo la incertidumbre y el dolor. Pero el miedo, aunque incómodo, es también un maestro. Nos enseña a ser cautelosos, a valorar la vida y a proteger lo que amamos.
El miedo es un compañero constante, pero no invencible. Al enfrentarlo, descubrimos nuestra propia fortaleza. Cada vez que superamos un temor, nos acercamos un poco más a la libertad. Porque vivir no es la ausencia de miedo, sino la capacidad de seguir adelante a pesar de él.