Las redes sociales tienen un poder increíble sobre nuestra vida diaria. Al principio, no me daba cuenta de cuánto afectaban mi autoestima .
Cada vez que veía a alguien mostrar su felicidad, sus logros o su estilo de vida ideal, me encontraba pensando: “¿Por qué no tengo eso? ¿Por qué no soy tan exitoso o feliz?” Mi mente comenzó a crear una narrativa falsa de lo que era "normal" o "deseable", basada en lo que veía en mis feeds. La ansiedad y la inseguridad se convirtieron en compañeros cotidianos.
Lo peor de todo es que, aunque lo sabía, era difícil desconectar. Las redes sociales no solo estaban alimentando mi comparativa interna, sino que también estaba buscando validación externa. Cada like, comentario o interacción se sentía como una pequeña dosis de aprobación, y me di cuenta de que mi autoestima estaba muy ligada a esos números.
Pero con el tiempo, comencé a reflexionar sobre lo que realmente importaba. Las redes sociales solo muestran fragmentos de vidas, lo mejor de lo mejor, cuidadosamente seleccionados. Nadie muestra todo lo que está detrás: las luchas, los momentos de duda o los fracasos. Aprendí que mi valor no está en una imagen perfecta o en cuántos seguidores tengo, sino en mi autenticidad, en lo que soy cuando no estoy frente a una pantalla.
Hoy en día, trato de usar las redes sociales de manera más consciente. No me dejo llevar por la comparación y, en cambio, intento crear contenido que me represente realmente, que me inspire a mí y, con suerte, a otros. También he aprendido a desconectar cuando siento que me está afectando demasiado. Mi autoestima ya no depende de la aprobación ajena, sino de cómo me siento conmigo mismo en mi día a día, de las pequeñas victorias personales que no necesitan un like para validarse.
Las redes sociales tienen su lado positivo, claro, pero debemos ser conscientes del impacto que pueden tener en nuestra mente y nuestra autoestima. Al final, somos más que una imagen en pantalla, y ese es el recordatorio que todos necesitamos.