A veces imagino tu cuerpo de mujer y mi cuerpo de hombre, ambos tumbados, ajenos a nosotros, entendiéndose entre sí, como dos niños que se estudian, que exploran quiénes son, quién es el otro, qué son esas formas diferentes, esa geografía cambiante que aparece en ambos cuerpos.
Me imagino a mi cuerpo desabrochándose el cinturón de la culpa, pidiendo y viendo cómo te desabrochas tú las palabras que te frenan, la estúpida costumbre de pedir un después cuando aún no existe ni un ahora.Y los imagino ahí, en formato poesía, a nuestros cuerpos liberados de los que somos, asomándose al balcón de los sentidos, descerrajando la madrugada con el imparable viento de un suspiro, las horas deshaciéndose como lágrimas en el mar, tus piernas abiertas dejando paso al cielo entrante, esa cueva perfecta en la que guarecerse del afuera.
Nuestros cuerpos libres flotando en el ahora, perdiendo hasta el nombre, esos que tú y yo somos, despojados de nosotros mismos, haciendo el amor como incesantes máquinas de luz en la búsqueda perfecta del nudo al fin deshecho, de esa meta cruzada, ya sabes de lo que hablo, del infinito, de una liberación aún mayor, de tu cuerpo ajeno a ti y mi cuerpo ajeno a mí, juntos, llegando en avión hasta el orgasmo.