Hay amores que llegan como un soplo de aire fresco, amores que construyen, que te llenan de paz. Y luego están esos otros, los caóticos, los que te queman por dentro, los que te transforman de maneras que nunca imaginaste .Ese tipo de amor tiene un encanto retorcido: es una tormenta que devasta pero de alguna manera no puedes dejar de mirar.
Mi historia de amor caótico comenzó como suelen empezar estas cosas: con una chispa tan intensa que parecía imposible de ignorar. Desde el primer momento, su presencia lo llenaba todo. Era apasionado, impredecible, como si el mundo entero girara solo alrededor de su risa, de sus palabras. Y yo, como una polilla deslumbrada por la luz, me acerqué demasiado sin darme cuenta de que esa luz me quemaría.
El problema de este tipo de amor es que aunque brille al principio, pronto muestra su otra cara. En medio de las risas y los momentos apasionados, empezaron a aparecer las grietas. Comentarios que dolían, silencios que pesaban como un castigo, disculpas que llegaban pero nunca cambiaban nada. Lo más extraño es que aun así, me quedé.
¿Por qué? Porque el amor dependiente tiene esa trampa: te hace creer que no hay nada más allá. Me convencí de que esa intensidad, esos altibajos eran prueba de que “nos queríamos como nadie más podría hacerlo”. Me repetía que todo valía la pena porque después de cada tormenta llegaba una calma que parecía única. Esos momentos de reconciliación de sentir que volvía a ser el centro de su universo eran como un bálsamo que me hacía olvidar las heridas.
Pero con el tiempo, las tormentas empezaron a ser más largas y la calma más corta. Las palabras de amor venían cargadas de reproches. Las promesas eran bonitas, pero siempre se rompían. Y aún así no podía soltarlo. Había construido mi vida alrededor de esa persona, como si mi felicidad dependiera completamente de su aprobación, de sus gestos, de su amor.
El amor caótico y tóxico tiene esa forma de apoderarse de ti. Te hace dudar de tu valor, te convence de que sin esa persona estás incompleto. Es un espejismo: parece profundo pero en realidad te drena, te vacía. Lo supe muchas veces pero cada vez que intentaba alejarme algo en mí buscaba regresar. Tal vez era el miedo a la soledad, tal vez era la costumbre de sobrevivir en el caos, tal vez era una mezcla de ambas.
No voy a decir que fue fácil salir de ahí, porque no lo fue. Romper un amor dependiente es como quitarte una parte de ti mismo. Pero también es liberador. Un día después de otra pelea que terminó con una reconciliación llena de promesas vacías algo en mí despertó. Me miré al espejo y casi no me reconocí. Había dejado de ser yo para ser solo “la persona que ama a alguien que no la valora”. Y no quería seguir siendo eso.
No fue inmediato pero poco a poco aprendí a soltar. Entender que el amor no debería doler tanto, que la pasión no es sinónimo de sufrimiento. Aprendí que merezco un amor que no me haga depender de migajas de afecto, un amor que construye, no que destruya.
Ahora, cuando miro atrás, no siento odio ni rencor. Solo siento gratitud por haber sobrevivido a algo que aunque me lastimó, me enseñó el valor de quererme a mí misma más que a alguien que nunca supo hacerlo.