El otoño llegó como una caricia fría a las calles de Seúl, donde Jiwoo, un barista tímido y reservado, conoció a Eunha, una joven periodista con una sonrisa capaz de iluminar cualquier día gris. Ella era espontánea, habladora y desordenada, mientras que él prefería mantener a todos a distancia, protegido por la rutina de su pequeña cafetería .
La primera vez que Eunha entró, su voz animada rompió el silencio del lugar al pedir un café con un detalle extraño: una ramita de canela que Jiwoo no tenía. Avergonzado, negó con la cabeza y evitó su mirada. "Tranquilo, volveré mañana", dijo Eunha con un guiño que dejó a Jiwoo desconcertado.
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Con el tiempo, Eunha cumplió su promesa. Cada día regresaba con nuevas preguntas, observaciones y, a veces, historias sobre su caótica vida. Jiwoo respondía con monosílabos y una sonrisa tímida, siempre manteniéndola a cierta distancia emocional. Sin embargo, cuando ella no apareció durante tres días seguidos, una inquietud inusual lo invadió. Al cuarto día, Eunha regresó con un brazo enyesado y una expresión cansada. "Tu café me hace falta más que el analgésico", bromeó. Aunque Jiwoo no dijo mucho, preparó el café más especial que pudo y, en un gesto valiente, le añadió una ramita de canela.
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Esa noche, Eunha se quedó más tiempo del habitual, y mientras hablaban bajo las luces cálidas de la cafetería, Jiwoo se permitió bajar su barrera. Pero justo cuando ella se acercó más, tocando ligeramente su mano, él se retiró, diciendo: "No soy bueno en esto". Eunha rió, aunque un destello de tristeza cruzó su rostro. "Quizás tampoco yo. Pero vale la pena intentarlo, ¿no?" Jiwoo no respondió, pero cuando ella se fue, dejó una nota en su mesa: "Mañana te esperaré, con o sin canela". Ambos sabían que el amor no es perfecto, pero en esa incertidumbre encontraron una chispa que los empujó a intentarlo nuevamente.