El Diario Maldito
Hace 5 horas
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El día que encontré el diario, mi vida cambió para siempre. Era sábado por la tarde y, como siempre, mamá me había mandado a la despensa a comprar un kilo de pan .

El calor de enero pegaba fuerte, y yo estaba más preocupado por apurarme para volver a casa y tirarme frente al ventilador que por cualquier otra cosa.


Pero justo al pasar por la esquina de la vieja casona de los Olivera, algo llamó mi atención. Era un libro tirado en el pasto, con las hojas amarillentas y gastadas. Por un momento pensé en seguir de largo, pero la curiosidad me ganó. Lo levanté.


Era un diario, uno de esos con tapas de cuero, pesadas, y un candado oxidado que no tardó en ceder cuando lo forcé con un alambre que encontré cerca. No había nombre ni dirección en la primera página, solo una inscripción escrita con tinta negra:


"Todo lo que escribo aquí, sucede."


Me reí un poco al leerlo. “Qué bolazo”, pensé. Pero igual lo guardé en la mochila. Algo en ese diario me intrigaba, aunque todavía no sabía por qué.


Cuando llegué a casa, tiré el pan en la mesa de la cocina y subí a mi cuarto. Cerré la puerta, me tiré en la cama y abrí el diario. Las primeras páginas eran un desastre: garabatos, dibujos raros y frases sueltas que no tenían mucho sentido. Pero después, al pasar unas hojas, encontré algo que me puso la piel de gallina.


“10 de enero. 17:45. Un auto rojo pasará a toda velocidad por la esquina de Rivadavia y San Martín, y atropellará a un perro.”


Lo leí una y otra vez, y algo me hizo mirar la hora en el reloj de mi mesita de luz: 17:40. No podía ser. Me asomé por la ventana, que daba justo a esa esquina. Al principio no pasó nada, pero a las 17:45 en punto, lo vi. Un auto rojo cruzó la esquina como un rayo, y un perro callejero que andaba por ahí no tuvo tiempo de escapar.


El grito del perro me perforó los oídos, pero lo que más me impactó fue el diario. ¿Era casualidad? ¿Alguien lo había dejado ahí como una broma?


Esa noche no pude dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía las páginas del diario en mi cabeza. Así que, a la madrugada, lo abrí de nuevo. Esta vez, las palabras parecían brillar en la oscuridad:


“11 de enero. 15:30. Doña Teresa, la vecina del 3B, caerá por las escaleras y se quebrará una pierna.”


Doña Teresa era una señora mayor que vivía en mi edificio. Todos la conocían porque siempre barría la vereda y cuidaba sus macetas como si fueran de oro. Decidí que, si esto también se cumplía, no podía quedarme callado.


A la mañana siguiente, fui a buscarla. La encontré en el pasillo, regando sus plantas.


—Doña Teresa, ¿por qué no usa el ascensor hoy? Digo, por las dudas…


—Ay, nene, ¿qué te pasa? El ascensor está trabado, y las plantas no se riegan solas.


Le insistí, pero no quiso escucharme. A las 15:30 exactas, se escuchó un grito que hizo eco en todo el edificio. Corrí hacia las escaleras y ahí estaba: Doña Teresa en el piso, con una pierna torcida en un ángulo que no era normal.


No había dudas: el diario decía la verdad.


La Carga de Saberlo Todo


A partir de ese momento, las cosas solo se pusieron más raras. Cada día, el diario tenía algo nuevo escrito, como si alguien lo estuviera llenando mientras yo dormía. Pero lo peor era que no siempre eran cosas simples. Los “accidentes” se volvieron más graves. Una pelea en el mercado terminó con alguien en el hospital. Un incendio destruyó un auto estacionado.


No sabía qué hacer. Decírselo a alguien no parecía una opción. ¿Quién iba a creerme? Así que decidí intentar detener lo que decía el diario.


Un día, leí: “15 de enero. 22:00. Un hombre con campera negra asaltará el kiosco de la esquina.”


Esa noche me escondí detrás de un árbol, esperando al tipo. Cuando apareció, salí corriendo hacia el kiosco y grité:


—¡Cuidado, lo van a asaltar!


El kiosquero, un tipo grandote, agarró un palo y se preparó. El ladrón salió corriendo antes de hacer nada. Me sentí un héroe, pero cuando volví a casa y abrí el diario, algo había cambiado.


La entrada ahora decía: “15 de enero. 22:10. El hombre de la campera negra asaltará la despensa de la otra cuadra.”


Era inútil. Todo lo que hacía solo cambiaba el lugar, la hora o la forma, pero los eventos siempre sucedían.


El Secreto del Diario


Las semanas pasaron, y cada vez me obsesioné más con el diario. Dejé de juntarme con mis amigos, de salir a jugar a la pelota, de todo. Solo leía y leía, tratando de entender de dónde venía ese maldito libro.


Un día, al revisar las últimas páginas, encontré algo diferente. Era un mensaje dirigido a mí:


“Todo tiene un precio. Si seguís leyendo, pronto serás parte de la historia.”


Ese mensaje me dejó helado. Y lo peor es que no tardó mucho en cumplirse. La noche siguiente, el diario escribió mi nombre:


“20 de enero. 19:00. El niño que encontró este diario será acusado de un crimen que no cometió.”


El reloj marcó el tiempo exacto y, con ello, la puerta de mi cuarto se abrió de golpe. Los policías irrumpieron, sus voces llenas de órdenes y gritos. No podía moverse, no podía hablar. La página ya estaba escrita. El destino ya estaba sellado.


Pero antes de que pudieran tocarme, un estruendo resonó en la casa, como si el mundo mismo estuviera colapsando sobre mí. Las paredes temblaron. La luz parpadeó con una intensidad cegadora y, por un momento, la realidad misma pareció desmoronarse.


Entonces, sucedió algo extraño. El diario comenzó a arder en mis manos, pero no se consumía. Las palabras en las páginas se deshacían en cenizas mientras yo las veía, como si estuvieran desintegrándose en el aire. Los policías se quedaron paralizados, mirando sin entender, pero para mí, era claro que el fin se acercaba.


"Si sigues escribiendo, no habrá vuelta atrás", leí en la última página. Pero era demasiado tarde. Mi escritura ya había hecho su trabajo. No había forma de escapar.


Con una última mirada al diario, lo dejé caer al suelo. Las llamas crecieron, rodearon el libro y me envolvieron a mí. El fuego no me quemaba, pero algo dentro de mí se apagaba, como si mi alma se estuviera desvaneciendo junto con esas palabras escritas que ya no tenían sentido.


Los policías entraron en la habitación, pero ya no quedaba nada. Solo el eco de una historia que ya no podía continuar. Y yo, atrapado en una página más de un relato que no había elegido, desaparecí.


Nunca sabrán qué ocurrió realmente, ni quién era el niño que encontró ese diario. Solo quedará el misterio del fuego, el diario convertido en cenizas, y la memoria de un hecho que nunca debió ocurrir.


Y aunque mi nombre desapareció de la historia, las palabras que escribí permanecerán, flotando en el aire, como una advertencia a quien se atreva a encontrar lo que no debe ser descubierto.


 


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