Hay días que se sienten como ecos,

resonando en los pasillos vacíos del alma, como huellas en la arena, prontas a ser borradas por el mar.

Recordamos lo que fuimos, con la mirada fija en el pasado,buscando en cada grieta de la memoria la razón por la que el tiempo esconde momentos y deja otros grabados como cicatrices.

Nos detenemos en el reflejo del espejo, viendo ojos que han visto el amor y la pérdida, el cielo abierto y la tormenta cruel.

Cada línea en la piel cuenta un cuento,

cada suspiro es testigo de lo que dejamos atrás.

Pero no todo es peso, ni sombras perpetuas. Hay luz que se filtra por las rendijas, invitándonos a soñar de nuevo, a recoger las piezas rotas

y crear algo hermoso con los fragmentos.

El corazón, aun cansado, late con fe;

como la flor que rompe el asfalto,

como la esperanza que persiste, a pesar del frío invierno de las dudas.

Caminemos hacia la claridad,

con paso lento pero firme,

sabiendo que cada caída es un susurro del viento que nos empuja a levantarnos una vez más.

El pasado puede ser un ancla o un faro y nosotros, los arquitectos de un nuevo amanecer.