Dicen que hay un hilo,
delgado, traslúcido,
que une las cosas que importan.
No se ve, no se toca,
pero su tirón,
cuando algo se aleja
es tan real como la lluvia
sobre los campos secos.
Hay días en que siento su vibración.
Cuando una voz perdida suena en mi cabeza,
cuando el olor del café recién hecho
me lleva de golpe
a una cocina que ya no existe.
El hilo me recuerda
que el tiempo es un mentiroso y las distancias son un juego.
¿Y tú?
¿Lo has sentido?
Tal vez en la lágrima
que no termina de caer
cuando recuerdas un lugar,
una persona,
un amor que no tuvo tiempo.
El hilo no se corta,
aunque queramos,
aunque intentemos enterrar su historia
bajo mil capas de indiferencia.
El hilo se ríe de nuestra soberbia.
Nos une en secretos
que no nos atrevemos a confesar
ni siquiera frente al espejo.
¿Será que todos estamos tejidos
en la misma tela,
como estrellas enredadas
en un cielo que no elegimos?
¿Será que ese hilo,
invisible y terco,
es lo único que de verdad nos pertenece?
Tal vez sea la memoria
de los lugares que amamos,
el eco de las risas que compartimos,
la sombra de lo que dejamos atrás.
O quizás,
solo quizás,
es la promesa de lo que aún puede ser.
Así que, cuando sientas el tirón,
no temas.
Es el hilo.
Es la vida,
empecinada en recordarte
que no caminas solo,
que hay algo—alguien—
que te espera,
allá,
al final de este nudo.