La ansiedad es como un eco interno que nunca cesa. Entra en escena cuando tu mente está abarrotada de pensamientos que te cuestionan, te exigen más y nunca parecen ser satisfechos .Para muchos la raíz de esa ansiedad no es otra cosa que la autoexigencia. Este impulso por ser perfectos, por no fallar, por agradar a todos y cumplir con estándares que parecen imposibles, se convierte en una presión que desgasta día tras día.
La autoexigencia puede nacer de múltiples lugares: de una infancia en la que los errores no eran bienvenidos, de ambientes laborales competitivos o incluso de la constante comparación con otras personas a través de redes sociales. Se crea la falsa creencia de que si no alcanzas tus propias expectativas –muchas veces desmedidas– entonces has fracasado.
Sin embargo, hay una verdad que solemos olvidar: ser exigente contigo mismo no equivale a cuidarte. No significa ser más exitoso o feliz. Al contrario, el exceso de autoexigencia suele ser la chispa que enciende la ansiedad y el estrés crónico. En lugar de buscar ser "perfecto", la clave está en ser suficiente para ti mismo, en darte permiso de fracasar y aprender sin que cada caída se convierta en una crisis de identidad.
Entonces, ¿cómo romper con este ciclo?
Comienza reconociendo cuándo tu autoexigencia te está dominando. Date un momento para respirar y pregúntate: ¿de dónde vienen estas expectativas? ¿Son mías o impuestas? Aprende a ser más amable contigo mismo, a no medir tu valor únicamente por tus logros o fracasos. Esto no significa abandonar el esfuerzo, sino encontrar un equilibrio saludable entre aspirar y aceptar que está bien no ser perfecto.
La verdadera paz mental no viene del control o de la perfección, sino de aprender a ser compasivo contigo mismo. Hazlo por ti, no porque debas demostrarlo al mundo. Amar tu proceso es una de las formas más sinceras de sanar.