Era una fría noche de octubre cuando Lucía y sus amigos decidieron explorar la vieja casa en el bosque. La mansión había sido abandonada por décadas, y nadie se acercaba a ella .Se decía que los antiguos dueños habían desaparecido sin dejar rastro, y cada persona que pasaba por allí afirmaba sentir una presencia extraña. Pero eso solo alimentaba la curiosidad de Lucía.
Cuando entraron, el aire estaba helado y húmedo. Un olor penetrante a podredumbre flotaba en el ambiente, como si algo se estuviera descomponiendo en las paredes. Las linternas iluminaban las paredes manchadas y el suelo lleno de polvo. Todo estaba en silencio. No se oía ni el sonido de la respiración de sus amigos, solo un silencio pesado, inquietante.
Avanzaron por el pasillo, pero, a cada paso, la oscuridad parecía volverse más densa. Entonces, escucharon un susurro, débil y lejano, como si alguien estuviera murmurando en la siguiente habitación. El grupo se detuvo. Se miraron, intentando convencerse de que todo era producto de su imaginación. Pero el susurro continuaba, cada vez más claro y… personal. Parecía repetir sus nombres.
Lucía sintió un escalofrío y retrocedió, pero uno de sus amigos, Pedro, insistió en seguir. Entró solo en la siguiente habitación y desapareció de su vista. Un minuto después, un grito desgarrador rompió el silencio, y la linterna de Pedro se apagó. Los demás intentaron llamarlo, pero todo quedó en silencio otra vez.
Cuando se acercaron, vieron a Pedro en el suelo, con los ojos abiertos de par en par, mirando al techo. Su rostro estaba pálido y sus labios se movían apenas, susurrando algo. Lucía intentó escuchar. Decía: “Ella está aquí… Ella nos ve… No la mires a los ojos…”
De pronto, la linterna de Lucía parpadeó. Una figura, apenas visible en la penumbra, apareció al otro lado del pasillo. Era una mujer de cabello largo y suelto, con el rostro inclinado hacia un lado. Sus ojos eran vacíos, oscuros, como pozos sin fondo. A pesar de estar a distancia, Lucía sintió como si la mujer la estuviera mirando directamente. La figura comenzó a acercarse, sin hacer ruido, deslizándose como una sombra que flota en el aire.
Uno a uno, sus amigos intentaron huir, pero las puertas parecían cerrarse solas. La mujer se movía rápido, apareciendo y desapareciendo en cada rincón, cada vez más cerca. Lucía, paralizada por el miedo, escuchó la voz de Pedro resonando en su cabeza: “No la mires a los ojos…”
Pero fue inevitable. La mujer estaba allí, a un paso de ella. En ese instante, Lucía sintió que algo tiraba de su propia alma, como si una fuerza invisible estuviera absorbiéndola desde adentro. Un frío mortal se apoderó de su cuerpo, y su visión comenzó a oscurecerse. La última imagen que vio antes de desmayarse fue el rostro de la mujer, sonriendo con una expresión inhumana.
A la mañana siguiente, las autoridades encontraron a Lucía y sus amigos. Todos estaban inconscientes, pero cuando los despertaron, solo uno de ellos podía recordar lo sucedido: Lucía. Pero algo en ella había cambiado. Cuando finalmente abrió los ojos en el hospital, sus pupilas estaban dilatadas, oscuras, como los pozos sin fondo de los ojos de la mujer.
Y, desde entonces, quienes la miran fijamente a los ojos dicen escuchar un murmullo, una voz que les susurra su propio nombre, llamándolos a la casa en el bosque…
???