Manejando, ando
Hace 3 días
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Hablemos de desbloquear miedos. Como un gigante, de cientos de metros de altura puede llegar a convertirse en pulgarcito .
Así me gusta graficar este gran miedo personal a manejar. ¿En serio no era taaan difícil?. ¿En serio le dí tanta importancia a este miedo?. Pues ya no.
Hoy fue mi última clase de manejo y todo es felicidad. Literal acabo de bajarme del auto y temblando, pero feliz. Hoy 19 de septiembre de 2024 terminé mis clases de manejo. No tengo palabras para agradecerle a Flavia, que con su paciencia, amabilidad y confianza plena en mí me sacó buena. Lo más loco es que con ella aprendí mucho más de mí que del auto en sí. Aprendí que puedo. Una vez más soy consciente de que si me lo propongo, con fe e intención, puedo.

Este miedo a manejar que sentía se remonta a mi época de adolescente. Aprendí a manejar con mi tía Karina, cuando yo tenía 16 años. El elegido era un VW Golf (que yo amaba) recuerdo llegar a poner hasta tercera, ni bien me subí al auto. El miedo no existía en mí. Mi tía (que recién agarraba el auto, quizás a la misma edad que tengo yo ahora) decidía enseñarme, para que desde chica aprendiera, sin miedo y con paciencia, a manejar. Gracias por eso. Mis manejos eran por El Cadillal en calles de tierra.

En mi casa, siempre manejaron tanto papá como mamá. Pero mi papá tenía una extraña devoción o adoración por sus autos. Los cuidaba igual o más que a sus hijos. Así que el auto de papá era sagrado. Mi mamá no tenía paciencia para enseñar y mi papá, el ser más paciente del mundo, tenía sentimientos encontrados al poner en mis manos, o de mis hermanos, sus tan amados vehículos.
Así que en casa de enseñarnos a manejar no se hablaba. 
Así pasaron los años y fuimos creciendo. Mi hermano aprendió por su cuenta, con amigos, y nosotras las mujeres quedamos ahí, detenidas en el tiempo. 

Hubo un momento en el que a mi papá le hizo el clic y decidió enseñarnos. Recuerdo volviendo de trabajar en la Facultad de Odontología, se estaciona en la banquina de la ruta que va a El Cadillal y me dice manejá. Yo, toda entusiasmada, no me resisto y me siento en el asiento de conductor (no podía dejar pasar esta oportunidad). No termino de entrar en la ruta nuevamente y me grita: “¡EMBRAGÁ!”. Lo miro toda desesperada y le digo: ¿Qué?. Me vuelve a decir: ¡Embragá!, con una euforia, que no me la olvido. Volví el auto a la banquina, me bajé, me senté en el asiento de atrás y le dije : “Yo nunca más manejo”, no recuerdo si la frase terminaba con “…nunca más manejo con vos o nunca más manejo”. El punto es que fue un quiebre para mí. Ese día decidí no hacerlo más, ni siquiera intentarlo. Me cerré. La anécdota se grafica mejor si se le suma el contexto, era hora pico de circulación y los camiones me pasaban a las chapas por la par del auto.

Hoy, con el diario del lunes, recién entiendo lo que me quiso decir. Quiso decir que pase a segunda, porque estaba en ruta y claramente no podía ir en primera, pero recién pisaba la ruta, ni tiempo de pensar en accionar me dio. En fin. 
Más tarde mi hermana mayor Romina, creo que sí aprendió con él y se compró su primer auto. ¡Hoy es Schumi! Tengo borrada la parte de mi papá enseñándole a manejar. Sí recuerdo que ella me quería enseñar a mí, pero yo ya había decidido no manejar nunca más. Cuando con More compramos nuestro primer auto “el negrito” me le fuí animando de a poquito. De vez en cuando lo agarraba cuando visitábamos un terrenito que tenemos en un barrio en San Lorenzo Chico, pero nunca pasaba de primera (no me animaba).
Cuestión que los años pasaron y sé (porque me lo dijo) que mi papá se arrepiente de no habernos enseñado de peques. Tomo nota para hacerlo con Sol y Joaquín ni bien los sienta preparados. Esta historia, no se repite.

Fueron 15 clases y siento que esta última fue la más especial. Literal tuvo de todo. Me quedó el auto en pendiente antes de un cruce (porque venían autos) y pude sacar freno de mano y salir tranquila (sin que se apague o se vaya para atrás el auto). Estacioné tres veces con tráfico y entre autos. Se cruzaron peatones un poco imprudentes y no me los llevé puestos, jaja. Un colectivo que esperaba que estacionara me pasó por el ras y ni titubié. Tuve un seguidor bastante especial: un camión Scania que venía queriéndome besar el culito y no lo dejé, jaja. Hice un giro en “u” en pendiente teniendo un auto estacionado justo en la esquina y lo pasé. Se me paró unas 3 veces el auto intentando entrar en una rotonda que estaba en pendiente y con un señor no muy amable que desde atrás y subido en un hilux me bocinaba. Aquí le levanté la manito, le sonreí, puse baliza y lo intenté tranquila las tres veces hasta que salió.
¿Qué si me faltan cosas para aprender? Puff… millones. Pero una vez más la vida me recuerda que no existe la perfección, que todo lo que me falta aprender acerca del manejo es en la práctica que lo voy a ir descubriendo y de hecho así fue durante estas 15 clases.

Así que aquí estoy, animándome de a poco a tener contacto con otros vehículos. A no temblar cuando veo por el retrovisor que tengo un vehículo de gran porte besándome el culito. A ir a mi ritmo y no al de los demás. A sentirme aprendiz y a desbloquear que no hay nada de malo con empezar a manejar a mis 38 años.

Mis miedos, mi miedo, de a poco se fue desvaneciendo y me doy cuenta de que la única responsable de haber hecho que crezca tanto siempre fui yo. Es por eso que me siento super orgullosa de mí porque me hice cargo y puse todo lo que hay que poner para volverlo lo más chiquito posible, buscando que de a poquito ya no exista.

El cierre de mi manejo, fue estacionarlo justo afuera de mi trabajo. Flavia tenía que sacar su auto y yo poner el mío en su lugar. En esta calle los vehículos estacionan en las dos manos, y de hecho nunca hay lugar en la cuadra. Pero la jugada era clara, ella sacaba el auto y yo lo metía. No recuerdo que me haya temblado en otra oportunidad tantísimo mi pierna izquierda (la del embrague). Es en esta situación cuando el colectivo me pasa por la parcita casi que por rozarme. La mayor dificultad que tenía era el tráfico que no cesaba y que una motito estaba pegadita estacionada justo atrás de donde tenía que meter mi auto. Flavia sacó y estacionó el suyo y rápidamente se subió al mío justo a la mitad de mis maniobras. La mejor parte es que lo logré, la peor es que bajé toda chivada.

En conclusión, me pasa que mis primeros temores ya los recuerdo como anécdota y eso que apenas pasó 1 mes de mi primera clase. Tenía pánico de pasar a segunda (se imaginan lo que pensaría de llegar a cuarta o quinta). Manejar con autos atrás no podía ni imaginarlo sin que se me crispen los nervios. Tenía terror de que se me pare el auto y no poder sacarlo (en este punto siempre tenía como primera opción bajarme y abandonarlo, jaja). Pasar de tercera a segunda o primera en un cruce me parecía una tarea titánica. Miedo de rozar o chocar de lleno otro auto al estacionar (aquí le agradezco a mi papá porque siempre jugamos a estacionar con un karting que teníamos de pequeños, así que la maniobra la manejaba de taquito).
En fin necesitaba contar mi experiencia y decirte que si no manejás, te animes. Si yo pude hacerlo venciendo este pequeño gigante vos también podés. Y si ya manejás, haberme dicho antes que no era taaan complicado, jeje.

Gracias Flavia una vez más, Dios puso en mi camino, como siempre, a la persona indicada.
Pronto pronto, más novedades.
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