Los impostores y el entrenador
10 Oct, 2024
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Decía el escritor Rudyard Kipling, lo siguiente:


Si puedes afrontar el triunfo y el desastre, y tratar exactamente a esos dos impostores, tuya será la tierra y todo lo que hay en ella.


   A partir de aquí, lo dicho por Mr. Kipling, nos sugiere una serie de reflexiones que vamos a trasladar al mundo del deporte, en concreto al fútbol, y de forma más específica a los entrenadores, esos auténticos transeúntes del banquillo  y en España, especialmente, tan solo hace falta consultar las hemerotecas y podremos comprobar el trasiego continuo de técnicos y de forma significativa en determinados clubes, sin ir más lejos, tenemos un claro ejemplo en el Real Madrid, que pasó hace años de tener un entrenador como Miguel Muñoz, que se mantuvo un buen número de temporadas consecutivas al frente de la plantilla blanca, para pasar a lo que ha ocurrido en los últimos tiempos con un desfile permanente de entrenadores por el banquillo del Santiago Bernabéu.


   Cuando se habla de triunfo, hay que hacer referencia al éxito que producen las victorias, que encaminan a los clubes, a la consecución de los objetivos establecidos, ya sea, ganar títulos en el caso de los equipos poderosos, o mantener la categoría en la que militan cuando se trata de conjuntos más humildes, aunque la ilógica (por otra parte, estimulante) que continuamente merodea alrededor del fútbol, hace que de vez en cuando algún equipo modesto, haga mil pedazos los pronósticos y den la sorpresa, rompiendo de esta forma la rutina que se manifiesta cuando los resultados son más o menos los previstos, haciendo que en muchas ocasiones la monotonía sea un elemento que lastra considerablemente el aliciente que se le presume a la competición .

Por eso, siempre es de agradecer, cuando de forma totalmente sorprendente algún equipo anima el cotarro futbolístico, y se lleva para sus vitrinas, alguno de los títulos oficiales en juego, cuando nadie se lo espera, pues lo habitual es que ganen los de siempre.


   Para el entrenador, que es quien nos ocupa en este escrito, aparece el primer impostor, que entra en escena cuando se gana, el triunfo y la euforia que arrastra, en demasiadas ocasiones, trae consigo una especie de borrachera deportiva que desemboca en una resaca, cuyas consecuencias se sufrirán en el futuro, y en el caso del fútbol, más bien de forma inmediata.


   Dicen los médicos que una copita de vino en las comidas, sienta muy bien para la salud, pero una botella todos los días, ya no produce los mismos efectos, más bien, todo lo contrario. Con el triunfo ocurre lo mismo. Se saborea en el momento, pero recrearse excesivamente en él suele traer efectos bastante nocivos, y en algunos casos catastróficos. También daños colaterales, que en el mundo del deporte en general, se manifiestan cuando las victorias aparecen de forma repetida, y se establece un hábito engañoso para el futuro, cuando se piensa que las derrotas son un lujo que nadie se puede permitir y que un equipo que gana habitualmente, tiene que hacerlo siempre, y esto, en un juego como es en este caso el fútbol, es excesivamente complicado. Aquí no existen las matemáticas, pero a pesar de que eso se sabe desde que los ingleses empezaron a dar las primeras patadas a una pelota, inventando el fútbol, más o menos como se conoce hoy en día, pues no hay forma, de que algunos se aprendan las otras reglas del juego, esas que no aparecen en el reglamento de competición, pero son moneda de cambio en el transcurso del día a día futbolístico.


   Al contrario de lo que se pueda pensar, el entrenador ganador del presente, no tiene, ni mucho menos, la garantía de que su futuro laboral se encuentre bien protegido, ni tan siquiera con una seguridad mínima. El técnico, que de forma más o menos continuada, en función de las exigencias y el  nivel del club en el que se encuentre, no gane, tarde o temprano, será devorado por el tiburón futbolero, icono que representa al trivote (utilizando el término táctico tan de moda hoy en día) formado por directivos, prensa y afición. Todos descontentos, decepcionados, con la frustración por bandera y con la crítica subjetiva (las más de las veces) como arma de ataque. Cuando las victorias juegan al escondite, el trío acusador entra en escena. La suerte para que la cabeza del entrenador no ruede antes de tiempo, es cuando los tres estamentos no se ponen de acuerdo, pues muchas veces se da el caso, de que un entrenador, salva milagrosamente su puesto, aunque sea de forma momentánea, cuando los dirigentes pretenden cesarlo, pero no se atreven cuando la afición está en su mayoría al lado del inquilino del banquillo de turno. En otras ocasiones, es la prensa la que puede estar a favor y también otras situaciones similares, pero cuando todos los estamentos están de acuerdo, al entrenador no lo salva ni el séptimo de caballería.


   La conclusión es que hay que disfrutar del triunfo hoy, hay que saborearlo despacio como cuando se come un pastel, pero seguir relamiéndose al día siguiente, ya no es, para nada, aconsejable. Mañana ya nadie se acordará de lo conseguido ayer. Da igual como se llame el entrenador o el importante historial que presente como tarjeta de visita que avale su trayectoria y demostrada capacidad (salvo en casos muy excepcionales). No importan los títulos logrados en el pasado, ya sean nacionales o a nivel continental e incluso mundial.


   Cuando el efecto euforizante del triunfo desaparece, este, se olvida de su compañero de travesía, en este caso el técnico, transformándose en ese impostor, que como un falso amigo abusa de tu confianza. Ese que te abraza hasta llegar a casi ahogarte, cuando te toca la lotería o recibes una herencia millonaria, pero que desaparece, con la rapidez del humo de un cigarrillo cuando las vacas flacas, hacen acto de presencia.


   El otro impostor es el desastre, que en forma de miedo y desasosiego, entra en escena cuando llega la derrota. Aunque, es bien cierto, que cuando se pierde solo se produce un resultado, es la consecución lógica o ilógica de una acción, en este caso la disputa de un partido de fútbol.


   Nadie fracasa cuando pone todo su empeño y dedica todo su esfuerzo en la consecución de un determinado objetivo. Por lo tanto, hay que evitar en este caso darle el abrazo a ese acompañante camuflado que aparece en forma de abatimiento, desesperación,  y toda una serie de estados emocionales más, que desembocan siempre en planteamientos negativos, cuando se califica de forma equivocada como fracaso, algo que simplemente, es un resultado en una determinada competición, y en el caso concreto del fútbol, tampoco hay demasiado margen para darle excesivas vueltas a la cabeza, no da tiempo, el próximo partido ya está cerca y no hay sitio para la distracción, ya sea, relamiéndose o amargándose, con lo sucedido en la última jornada disputada por el equipo.


   El resumen final es que, el mejor acompañante para el camino, es uno mismo, olvidándose de compañías impostoras, que hacen vivir al ser humano en general, y al entrenador en particular, situaciones irreales, y lo confunden para que le sea mucho más complicado encontrar la dirección correcta.


   “Uno te susurra al oído que te quedan muchos kilómetros para llegar al final del recorrido, cuando no es cierto, lo que falta no es tanto, pero tú te lo crees, y ves tan lejos el cartel de llegada, que acabas tirando la toalla. Mientras, en el otro lado, se encuentra el  que te dice, que tu meta está  a la vuelta de la esquina, y te relajas,  pero caminas y caminas, y nunca llegas. El resultado es que esa falsa confianza, solo te sirve para distraerte, bajar tu ritmo y tardar más tiempo en conseguir el objetivo previsto (o no alcanzarlo, que es mucho peor)”.


La conclusión final nos la aporta, como siempre, la sabiduría del refrán: ¡Siempre mejor solo, que mal acompañado!



Entrenador Nacional de Fútbol.

Técnico Deportivo Superior.
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