Deseos: Un Paso en Falso
Hace 6 días
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Cuando tienes una fantasía sexual, entran en juego estos tres factores. Primero, mientras empiezas a tener varios pensamientos, tu cerebro moviliza unos neurotransmisores que activan una red neuronal, y ésta a su vez crea imágenes en tu mente .

Estas sustancias químicas estimulan la liberación en el torrente sanguíneo de unos neuropéptidos en concreto. En cuanto llegan a las glándulas sexuales, estos péptidos se adhieren a las células de estos tejidos, activan el sistema hormonal y —¡sorpresa!— empieza a suceder lo que tú ya sabes. Has hecho que tu fantasía fuera tan real en tu mente que tu cuerpo comienza a prepararse para una experiencia sexual (adelantándose al acontecimiento). Como puedes ver, la relación entre mente y cuerpo es poderosísima.



Joe Dispenza- Libro "Deja de ser tu"


 


La idea de tenerlo todo cautiva el alma. Este inmenso poder convierte a todo aquel que lo padece, en alguien que puede adueñarse de las fantasías de cualquier persona que se encuentre con los deseos a flor de piel.


Desde horas tempranas, un par de tímidos saludos se colaban en una relación gastada por la cotidianidad, un bálsamo desdibujado en discretas miradas, y picaras sonrisas ocasionales.


La vida se encarga, siempre, de dimensionar las realidades. En cada uno de nosotros, en ti y en mí, existen días donde las sensaciones se tienen a flor de piel, los pensamientos se entremezclan y una bruma densa, oscura; sublima la paz dejando escapar, un aura sensual, un aroma sutil que golpea y nos castiga con inclementes rocíos o tensas dilataciones, nuestras intimas pieles.


¿REALMENTE SOMOS TODOS CAUTIVOS DE LA INSACIABLE CARNE?


Esto no se trata de culpas reprimidas y por favor, hay que dejar de juzgar todo a priori. El deseo, la pasión, el llamado del intimo aliento, es de naturaleza salvaje y cuando se posa en el alma, la única manera de resolver esa indetenible sed, ese palpito grueso e indomable que retumba en el cuerpo, es dejarse llevar por el eco indetenible del ardiente placer.


Un café disimula su presencia en las inmediaciones de la tibia taza, su aroma incitante se disipaba con cada movimiento en círculos que trata de equilibrar el dulzor y el amargo en la exótica bebida.


A unos pasos de él, ella con calma y movimientos precisos deshace la suciedad encondida en todo el recóndito lugar, hurga cada rincón. Con maestría aparta muebles, sillas, y todo lo que esté a su paso, trata de librar los espacios, del polvo contenido, de la suciedad oculta y de los deseos escondidos de aquel lugar.


Ella se mueve con intensa dedicación. Va y viene de un lugar a otro. Sus caderas danzan con mórbida insinuación. Su piel desprende sutiles aromas. Su figura se armoniza en un arquetipo de guerrera amazona. Ella hace que su paz se doblegue y permite que una incertidumbre recorra el pensamiento.


¿Hasta donde podré soportar su sensualidad?


un paso en falso 12


No era la primera vez que la veía hacer su labor cotidiana, pero ¡válgame Dios!, ese día, en ese momento, los sentidos en plena expansión de dominio, sentían cada gota calurosa de su febril sudor. Su cuerpo está en alta sensibilidad, él la siente a cabalidad. Nota tenues fragancias, los aromas de su piel se cuelan a rienda suelta, el aura de sus labios brilla de manera inusual, la mirada fulgorosa preñada de inquietantes deseos se cuela con tal ímpetu que desmorona la tranquilidad en los pensamientos.


Deberíamos hacer siempre solo lo correcto, lo formal y lo que es debidamente establecido como normal dentro de la sana convivencia. Eso estaría bien para las almas del paraíso, pero no para nosotros, los mortales, quienes desde que llegamos a este mundo se nos concede el pecado de la carne.


Un sorbo de café delinea una figura esbelta en la tibia bruma. El aroma de piel perfecta se colaba con el zig zagueo del outfit que oportunamente dejaba entrever pálidas extensiones de piel. Su vestido esculpía forma en piel de tigre, la falda era desvergonzada y por instantes, cuando así lo disponía la calentura de aquellas redondas caderas, estremecía la curvatura de sus nalgas . Una incómoda sensación de calor se discurría en la garganta, era intrigante todo aquello.


La inquietud resecaba su agonía y una intensa sed hacía notar la impaciencia por quererla tomar, el alboroto del plexo solar en busca de paz no conllevaba a ninguna isla segura, en medio de todo aquel frenesí por culpa del deseoso sentimiento de querer hacer de aquella inclemente sensualidad, no solo una obra de admirar, quería algo más... quería un poco más...


Quería sentir la gama de sus aromas, palidecer ante las dulces fragancias ocultas dentro de sus curvas y por qué no, llegar a plagar de retorcidas mordidas toda su húmeda intimidad. Es un frenesí de deseos en plena ebullición de placer que desata en su cuerpo un escalofriante estremecimiento.


Sorbo a sorbo se vislumbra una inclemente verdad en la mente del perpetrador, ¡la quiero hacer mía! Esto le conlleva a vivir en el pecado de desear sentir, la plenitud de toda su desnuda fragancia.


En el universo los puntos equidistantes se interconectan en forma de ondas y de energía, es la teoría que vas más allá de la tercera dimensión y por supuesto, sí crees en algo, eso realmente terminará por ocurrir.


Todo aquel torrente de paradisiacos deseos en las proximidades la hacía sentir las imprecisas sensaciones en cada parte de su cuerpo, ella sin lugar a dudas lo presentía.


Se comporta con recelo, cuidando de no dar una imagen de agrado, ella, degustaba todas esas miradas que le erizaban los pálpitos. Saber que le ansiaban a rabiar la convertían no en una débil presa, al contrario, ella era la coartada perfecta para tomar al cazador, era la carnada ideal. Sus movimientos seguían describiendo curvas intensas y los pliegues de sus contornos dejaban pistas intimas de ardientes senderos.


Un nuevo sorbo de café le hizo desprenderse del último hilo de cordura. Un estruendoso palpito se convirtió en un retumbar que lleno de plenitud el reino de su masculinidad, la respiración entrecortada saboreaba el momento, en cada paso que lo llevaría hacía la decidida línea de acción que no sugería ningún otro sendero que no fuera el de tomarla, esto lo lleva directo al desfiladero y una vez allí, no hay vuelta atrás. La tomas o la dejas.


Ese deseo encarnizado en la varonil figura no paso desapercibo, con intencionada alevosía, ella se hace la desentendida, mientras tanto sus piernas hacían un espacio premeditado en espera de cualquier acto indecoroso o prohibido que le fuera acometer. El escalofrió denso le cuece las ansias y sabe que de un momento a otro será tomada desde atrás. Esto le hace dar un pequeño paso en falso en dirección a él, simula irse de bruces hacia atrás.


En un movimiento preciso de acoplamiento espacial, donde hay ausencia de gravedad, segundo a segundo, en movimientos coordinados, él cubre cada espacio de su espalda y el pecho, en perfecta armonía con sus caderas que se pliega ante un contacto total. Una mano le toma por la cintura, este fuerte enlace la lleva a contener el aire. El impacto le hace sentir que ya no tiene el control, esto se les va de las manos.


El trapeador se desprende, victima inerte, va en cámara lenta hasta lo inevitable, impactar en el suelo.


La otra mano de él va en dirección a predios escondidos, abre paso entre la densidad de los pliegues de la falda, sortea con precisión milimétrica, los trozos de tela y se posa con destreza en la suave tela abultada de su ropa interior. La mano en absoluta autonomía cubre lo amplio de su feminidad. Un quejumbroso aliento se desprende de sus labios al momento que siente al bravío pecho embestirla desde atrás.


La salvia salvaje se escurre entre sus piernas, las pieles intimas se humedecen y el palpitante y tenso pudor le abre espacios en la redondes de sus rigurosas nalgas. Siente ganas, intensos espasmos le acometen, un suspiro amplio y recio le hace estremecer cada parte de la piel.


La mano continúa husmeando, le aprieta, le toma de mucho y de apoco, en oleadas de movimientos sutiles le dibuja formas arqueadas, uno a uno los pliegues de su mojada incertidumbre asienten con placer, el trato que están recibiendo con experticia mortal.


La decisiva arrogancia le lleva a colar la otra mano para hacer blanco en la redondez de la nalga izquierda, sin equivoco alguno pasa de la limitada ropa íntima a las pieles ampliamente bañadas en intimo licor. Que placer siente ella al verse tocada con tal dramatismo, sin piedad y en absoluta devoción, esto realmente es en serio. Él quiere pertenecerla.


Los labios llenos de deseos incomprendidos se baten en un duelo profundo de robos inconmensurables de suspiros profundos y desesperadas mordidas de lenguas, deben procuran algo de aire para evitar la muerte segura por inmersión en los deseos, aunque ponen sus vidas en riesgo, no dejan de ceñirse al escalofriante placer de verse presos de un deseo irresistible que invita a arrancarse las pieles con extensas lamidas.


un paso en falso 13


En un abrir y cerrar de labios, las pieles se deshacen de las ropas, quieren intimar, entrar en el tibio y ardiente contacto de sus predios.


Un vapor tibio les recorre de pies a cabeza, el aroma denso de su intimidad les abraza. La muerde con deliberada locura mientras deja colar sus manos por debajo de su muslo para levantarlo a mas no poder.


La duramadre de su entrepierna, le afronta, y toma su tiempo de contemplación antes de recibir el permiso total de poder ir a sus adentros, su masculinidad, yace allí inerte, tensa, amplia, gruesa y con un vigor que vasculariza el contorno de su dura arrogancia.


Le besa. Le muerde. Va de a pocoa lo mucho.


La aproximación les lleva a sentir una acalorada bienvenida. Están tan próximos, se miran, se sienten. Un leve mordisco la humedece a cantaros y ese jugo pantanoso le aviva el fulgor haciendo que brote una nueva necesidad, permitirle ir tan adentro, tan lejos, tan alto y tan profundo como se pueda.


En una olímpica entrada, él va comidiendo cada porción de esa tibia bienvenida, la toca totalmente, cada sutil movimiento le hace adentrarse a sus húmedas tierras. El vientre se retuerce sobre el esperado visitante, le abraza, le aprieta y le recibe con una calentura desmedida.


Movimientos danzantes les hace batir los miedos y la desdichada tranquilidad queda desterrada de paz, para abrirle paso al juego de la lujuria implacable del placer. Esto los lleva a soportar intensas conmociones.


Se sienten. Se padecen. Se toman. Se liberan.


Las manos tocan por doquier redondeces, durezas. Los labios le castigan con inclemente precisión, él en sus pechos esculpe con indiscriminados besos lo abultado de sus aureolas, las acaricia, las humedece, las complace.


Las caderas se estremecen, la angustiada sensación de estar tan adentro , de estar tan colmada por la espigada inclemencia le hace gemir sin pudor.


En un arrebato de malcriada pasión le tumba y quiere estar en control, va sobre él, muestra una angustiada devoción, le quiere sentir de una manera diferente, quiere maniobrar esa demencia, no desea sufrir de tiempos muertos o de algún terco impedimento que no le permita sentir en todo momento un inconmensurable placer.


Los estremecimientos y apretujones demenciales de las caderas le hacen arquear su alma a puntos desorbitantes. Uno a uno. Mordida a mordida. Lamida a lamida. Quejido a quejido. Los llevo al infinito. Aquel punto de intenso jadeo no era más que la conjunción de todos aquellos deseos que se liberan del opresivo pensamiento entre lo correcto y lo prohibido.


Todo aquel entramado de pasión desbordada les hace conseguir llegar a los 8.000 latidos por segundo, la fricción indetenible provoca una reacción en cadena y en un desesperado reflejo de muerte inevitable destierran por completo lo que por mucho tiempo había oculto entre ellos, un deseo de intimo encuentro. Solo vasto un paso en falso para acabar sumidos en un éxtasis de ríos desbordados por culpa de sus apasionados deseos.

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