En mi vida he vivido momentos muy peligrosos en los que mi integridad física ha estado a punto de volar (literalmente) por los aires y es que mi trabajo desactivando artefactos explosivos hace que mi actividad laboral sea una de las más arriesgadas que existen, pero de algo tengo que vivir y aunque reconozco que estoy bien pagado, eso no compensa de ninguna forma posible que un (mal) día mi cuerpo salte en pedazos por los aires y aterrice en el suelo como un confeti de picadillo de carne humana.
¡Perdonen ustedes que sea tan descriptivo, pero así es!
Por eso me tengo que armar (más bien blindar) de todo el valor que soy capaz de acumular en mi interior, cada vez que mis servicios son requeridos para cortar los cables (¿rojo, amarillo, verde, maldita sea, cuál será?), que impidan el estallido de la bomba colocada por un malnacido terrorista o por el tarado de turno, en nombre de cualquier acto reivindicativo de mierda .
De lo que estoy seguro, es que si al final acabo viajando, es decir, saltando por los aires, espero que el desplazamiento además de gratuito (lo que viene siendo en el lenguaje habitual en el mundo del transporte, seré un paquete a porte pagado), sea rápido, para que el cambio de dimensión espacial se manifieste de forma imperceptible y sobre todo indolora.