La bodega
16 Jun, 2024
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Siempre tuve un lugar muy especial en la bodega de mi memoria para guardar las botellas de los buenos recuerdos, hasta que un día una tras otra se fueron contagiando, igual que si hubiesen pillado la gripe, por un destructivo a la vez que imparable efecto dominó y se quedaron desperdigadas por el suelo en forma de cientos de pequeños pedazos de cristal, como si fueran cadáveres transformados en picadillo después de una sangrienta batalla. 


Ya no había ninguna posibilidad real de recuperar el preciado líquido, testimonio de un pasado memorable que nunca va a volver, al igual que la sangre derramada por las heridas de la vida, jamás retorna a ese refugio que tiene forma de vena.


Desde aquel día dejé de beber vino, aquel tinto de reserva que tanto me gustaba saborear en momentos puntuales de celebraciones interminables y entusiastas, en las que disfrutaba enormemente dándole un merecido placer a mi paladar con aquel sabroso caldo de color rojo intenso, tanto como con mis brillantes momentos de antaño, rebozados con el envoltorio de la pasión desbocada por un amor que se fue para siempre.


Ahora tan solo tomo agua, mineral si es posible y siempre sin gas, para no estimular de forma absurda las flatulencias estomacales y también las del alma, que son mucho más explosivas. Es lo único que calma mi sed de vivir, que alivia esa puta sequedad que me causa una existencia árida y agobiante .

Y aunque digan que el agua es incolora, inodora e insípida, yo trato de verla en todo momento, llena de colores, aunque procuro eliminar el negro, intento que me huela a optimismo y que me sepa a libertad y siempre procuro tomarla a sorbos cortos para no atragantarme.


Fran Laviada

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