Verónica decía que nuestra vida sexual era demasiado aburrida y que estaba hasta las narices de hacer continuamente lo mismo, el misionero, la cuchara, el perrito, es decir, los clásicos de siempre y alguno más, en esos días que uno se siente inspirado para llevar a cabo experimentos de contorsionista aficionado, aun a riesgo de sufrir alguna contractura muscular.
Pues bien, para hacer todo lo posible y satisfacer a Verónica (en la teoría y sobre todo en la práctica, que en cuestiones de sexo, es lo único que cuenta, algo parecido al fútbol, resulta muy bonito jugar bien, pero al final lo único que vale es ganar), recurrí al Kamasutra y así sorprender a mi chica, y aprovechando que se iba dos semanas de viaje, dediqué ese tiempo, para entregarme en cuerpo y alma al aprendizaje y de esa manera, conocer nuevas posturas para ampliar con eficacia mi repertorio de amante moderno y fue entonces cuando descubrí el perezoso, la espuela, el picoteo… Así pues, esperé ansioso la llegada de mi novia para poner en práctica todo lo aprendido, pero mi sorpresa fue enorme cuando la vi aparecer de la mano de un tipo con cara oriental, la cabeza como una bola de billar y aspecto de monje, y me dice:
¡Cariño, este es Chu-Lin, mi maestro espiritual! Ahora estoy interesada en el Sexo Tántrico, y él me va a enseñar a practicarlo.
¿Sexo qué...?
Fue lo único que acerté a decir, aunque lo primero que se me vino a la cabeza fue que aquel amarillo de los cojones se iba a pasar una temporada cepillándose a mi novia por la puta cara, hasta que a ella se le pasase su obsesión por el jodido Tantra de la mierda .¡Me caguen Chu-Lin, la filosofía oriental y el maldito Sexo Tántrico!
Con el tiempo pude averiguar que era una práctica rodeada de una serie de leyendas que generan mucha curiosidad en las parejas, que está basada en el Tantra, una doctrina esotérica surgida en Oriente hace miles de años, que rinde una especie de veneración a los placeres mundanos (lo que viene siendo de la carne, para no andar con rodeos) para alcanzar la plenitud espiritual. Pero la verdad es que donde esté el mete y saca de toda la vida, que se quite lo demás. Por eso mandé a Verónica a freír espárragos y ahora estoy con Yolanda, con la que repaso con bastante frecuencia el repertorio clásico de siempre.
Fran Laviada