Era primavera y el abuelo, para hacer honor al refrán, andaba alterado, aunque lo que en realidad excitaba su estado de ánimo era su cumpleaños. Siempre había sido muy optimista al respecto y estaba seguro de que cumpliría los cien.
¡Por fin llegó el día! Dijo el viejo entusiasmado.
Toda la familia estaba reunida alrededor del feliz anciano y todos juntos comenzaron a cantar:
¡Cumpleaños feliz, cumpleaños felizte deseamos abuelo, cumpleaños feliz…!
La mujer de mi tío (el hijo pequeño de mi abuelo y el de gustos más extravagantes), era una imponente mulata brasileña, que en su juventud había sido vocalista de una orquesta y le cantó al viejo muy suavemente con una voz melosa y con todo cariño:
¡Parabéns a você, nesta data querida, muitas felicidades .Muitos anos de vida...!
Y yo, el nieto preferido, volviendo a mi niñez me acordé de los Payasos de la Tele (Gaby, Fofó, Miliki y Fofito) le canté aquello que todos los niños de la época, nos sabíamos tan bien y que decía:
¡Feliz, feliz en tu día, amiguito (lo cambié por abuelito) que Dios te bendiga…!
El abuelo pidió un deseo, apagó las velas (todas), después de quince intentos (en principio le habíamos puesto una sola vela, pero él insistió en apagar las cien) y dijo en voz alta, ¡ahora empieza lo bueno! Y a continuación se murió.
¡Demasiadas velas para tan poco soplo!, pero el viejo además de ser muy tozudo, también tenía muy mala hostia y por eso nadie se atrevió a llevarle la contraria. Además, para eso estaba mi tía Engracia, que todo lo arreglaba a su manera y antes del soplido asesino, dijo:
¡Dejarle que haga lo que quiera, un día es un día, además es su cumpleaños!, y así fue, su último día y su último cumpleaños.
Y la tía Engracia que siempre tenía salida para todo añadió, sin perder el buen estado de ánimo que siempre la caracterizó (a pesar de las circunstancias del momento) dijo:
¡Bueno, a la edad que tenía el pobre, si no hubiera muerto soplando, lo habría hecho de un estornudo! (O con un hueso de aceituna, ¡no te jode!, eso lo pensé yo, pero no lo dije…).
El viejo siempre tuvo mucho sentido del humor (más negro que blanco, esa es la verdad) y lo mantuvo hasta el final (además el hombre murió feliz), y yo he heredado su humor (también negro) y en homenaje a él, les he contado esta pequeña historia.
¡Hurra por el abuelo!
¡Descanse en paz!
Fran Laviada