El sargento Wilkinson era un veterano con muchas batallas a sus espaldas. Héroe de guerra, condecorado en múltiples ocasiones por su gran heroísmo en el enfrentamiento bélico .Un militar con agallas, pero también un individuo despreciable, grosero y violento, que les quiso transmitir a sus subordinados su valentía, a base de golpes, porque estaba convencido de la certeza y eficacia, de eso tan antiguo y desfasado que dice que la letra con sangre entra, y él estaba tan acostumbrado al sabor y al olor del fluido rojo, que disfrutaba rebozándose con él.
Y llegado el momento de entrar en combate con absoluta firmeza y en voz alta, Wilkinson ordenó a sus soldados disparar sobre el enemigo y ellos, que sin duda alguna, gracias a los métodos brutales de su sargento, habían logrado ser el pelotón más disciplinado de la compañía, cumplieron la orden a rajatabla y lo acribillaron a balazos.
Wilkinson fue condecorado una vez más, pero esta vez a título póstumo. Otra medalla al valor para añadir a su inmensa colección.
¡Una gran pérdida, sin duda alguna, otro valiente que muere en combate!, dijo en un breve panegírico el General Jefe de la División que presidió las honras fúnebres.
¡Qué en paz descanse!, pensaron al unísono sus soldados, con disimulado entusiasmo, como si hubiese habido una transmisión generalizada de pensamiento.
¡Nosotros sí que vamos a descansar!, añadió el Cabo Morris, pero tan bajito que nadie lo oyó.
Fran Laviada
